viernes, 17 de septiembre de 2010

Un Beagle llamado Bruno


Antes de ser un beagle, Bruno fue un peluche de tacto suave y carita dulce, que acompañó a mi hija durante más de una noche en sus duermevelas.
El peluche en cuestión, resultó ser el único objeto de su infancia por el que sintió un apego importante. Muchos de sus preciosos juguetes acabaron siendo regalados por ella misma, arrojados a la basura por desgaste o salvados en cajas a causa de mi propia nostalgia, más que por el deseo expreso de ella. Pero Bruno, que siempre había sido tratado de forma especial por su dueña, siguió siendo su preferido incluso después de empezar a alejarse de su infancia y entrar en la preadolescencia.

El perrito era tan atractivo que fue también objeto de deseo de mi sobrina pequeña, quién de vez en cuando lo acariciaba y lo abrazaba para después pedirme que se lo regalase. Con cierto dolor, invitaba a la niña a elegir otro juguete de su prima y cuando llegaba su cumpleaños acompañaba el regalo principal con un peluche perro. Pero por mucho que busqué en todas las jugueterías de mi ciudad, no encontré al cabo de los años, ninguno que se le pareciese al especial Bruno y desde luego ninguno exactamente igual a él.
Bruno fue adquirido en una gasolinera camino de la playa o de regreso de ella, no alcanzo a recordar ese detalle y desde el principio de su adquisición lo considere además de un precioso peluche una simpática alerta roja que me ponía en sobre aviso de lo que llegaría más adelante.
No me equivoqué, supongo. Bastaron diez años para que llegase de nuevo la petición de mi hija, esa cuyo apego a Bruno al cabo del tiempo, me señalaba que tarde o temprano volvería a alterar nuestra tranquila existencia. Se da la circunstancia de que unos días antes de ese frágil momento yo había escrito un pequeño relato donde aparecía un perro, el chucho no era en absoluto el protagonista de la historia, pero sí era necesario para su protagonista.
Como si me hubiese anticipado a mi propia realidad, ahí estábamos de nuevo mi hija y yo, debatiendo lo mismo después de un montón de años, solo que esta vez mi hija contaba con una capacidad de convicción mayor y una madre más apaleada por las circunstancias. Tal y como me lo recordaba su cariño por ese peluche, el deseo de tener un perro seguía estando ahí al cabo de los años, como larvado, silencioso, pero no por eso menos real. Y esa tarde de Febrero despertó. Justo en medio de todo su maremágnum existencial, surgió de nuevo, pero esta vez en la voz de una adolescente que estaba viviendo su tiempo más perdido y cuyas heridas supuraban en actos de indolente rebeldía.

No fue fácil tomar la decisión de darle siquiera la mínima esperanza (puesto que había muchas cosas que yo y mi marido debíamos tener completamente claras). Yo habría sido igual de feliz sin un perro, y su padre habría sido igual de feliz sin un can. No me olvidaré nunca de la cara de mi marido y menos de su socarrona respuesta, que no hizo sino constatar que entendió que le hablaba en serio sobre la posibilidad de tener perro. Pero aquella tarde noche y en aquel preciso momento no debía tener mi taza de ego lo suficientemente llena, porque sí le dejé avistar a mi hija una pequeña esperanza. Una posibilidad que sin embargo tendría que ser satisfecha por pequeños retos que ella debería superar sin titubear en su año más agitado.
Durante siete meses puse en marcha un plan y observé de cerca su interés, sus reacciones y su motivación. Analice su persistencia y por supuesto, le fui colocando obstáculos de todos los colores que pude. Le compré un libro sobre beagles que hubo de leer para dar fe de su interés y conocimiento de la realidad sobre la responsabilidad de cuidar a un ser vivo (la sorpresa, fue que el libro acabó subrayado con fluorescente, destacando lo que ella consideraba importante y que además venía a mí entusiasmada a explicarme lo que había descubierto. Reconozco que fue agradable escucharla hablar con tanto interés sobre algo. Continué con mi plan suicida, primero la tenté señalándole las ventajas de otras estupendas razas, más pequeñas o más fáciles de educar, ella escuchaba y siempre encontraba argumentos a favor de los beagle, aún más cuando yo misma le había dado la munición con el libro para ello. Así que, persistiendo como estaba en esa real raza, localicé un criadero a hora y media de donde vivíamos y una vez allí, la invité amorosamente a entrar a las jaulas, para que se viese rodeada de decenas de perros de esa enérgica y rastreadora raza.
Lejos de cambiar de opinión, esa sensación incremento su deseo de ser la propietaria de uno. Pero como yo no estaba dispuesta a ceder sin ponérselo difícil, cuando paseábamos por la ciudad, y casualmente nos topamos con dueños de preciosos beagles y me tomaba mi tiempo (y el de sus pobres dueños) para interrogarles y dirigir la conversación hacia los inconvenientes, sobre tener perro, centrándome en los de esta raza en particular, y desde luego, resultaron ser unos cuantos al menos, en el caso concreto de los ejemplares con los que nos cruzamos. Cuando se marchaban ella decía con total seguridad “Es porque no los tienen bien educados, yo educaré bien a mi perro” y le contestaba, “Puede ser eso, o que vaya en la naturaleza de ese perro ponerlo más dificil”

Pasó el tiempo y la hembra quedo preñada, mi hija empezó a contar los días y a insistirme para que me tomase interés sobre cómo iba el embarazo y cuando por fin los alumbró volvimos al criadero a conocer a la camada. Nos trasladamos con unos amigos que quedaron a su vez hechizados por un ejemplar bicolor. Pasamos allí nuestro rato largo, los niños con sus ejemplares y yo observando cada reacción de mi hija y su interacción con el cachorro, y por supuesto tomando fotos. Al cabo de una hora, dejamos de nuevo a los cachorritos con su madre y nos fuimos. Desgraciadamente y al cabo de unos días la camada enfermó y no pudo ser.
El ejemplar bicolor sobrevivió como un campeón, pero no así alguno de los ejemplares de la camada tricolor. Pensé que aquello le haría desistir a la persistente adolescente, pero no fue así. Un tanto frustrada por supuesto, pero con indomable determinación, quiso esperar a la siguiente camada. Mientras ella no cejaba en su empeño, nuestra esperanza de evitar tamaño compromiso se alejaba. Pasado un mes, el criador ya disponía de otros ejemplares de dos meses y medio preparados para ser adquiridos y mi hija y su padre (yo tenía trabajo) volvieron por tercera vez al criadero y allí eligieron a uno de los tres machos de la nueva camada. Porque esa es otra, si o sí tenía que ser macho y llamarse Bruno. Mi único consejo a esas alturas de lo inevitable fue que eligiese al más tranquilo, con aspecto sano pero tranquilo y que antes de decidirse los observase detenidamente. Por supuesto doña ideas fijas, no pudo prometerme que así lo haría, sin embargo, por suerte para todos, incluido el perro, es lo que finalmente hizo. Eligió a un diminuto beagle de dos meses, bonito y tranquilo, y desde el minuto cero fue un perro más fácil de lo que yo personalmente esperaba.

Nunca olvidare el momento en que vinieron a la oficina a enseñármelo. Realmente era un ejemplar precioso. Alegría, expectación, agobio e incertidumbre. Todo junto en ese mismo instante, eso supongo fue lo que sentí.
Bruno acaba de cumplir su primer mes en nuestra familia y sin embargo parece que lleve con nosotros desde siempre. A la semana de estar con nosotros ya aprendió su nombre (o lo parecía) y a los pocos días respondía pequeñas ordenes como, búscala, dámela, siéntate, despacio y no, y por supuesto hay pruebas fidedignas filmadas que lo demuestran. Eso y de su primer baño, paseo, y juegos. Aunque lo del “No”, para ser precisos es una especie de “si pero no” cuando de morder se trata. Como buen cachorro nada le gusta más que tener en la boca algo que morder y esto por supuesto ha ocasionado ya algunos desperfectos en casa, cosillas que le disculpo con la esperanza de que pase pronto.

Bruno es en este momento un perro sociable que no ha dejado de recibir múltiples halagos y caricias desde que lo tenemos. Hemos descubierto un extraño mundo junto a nosotros que no sabíamos que existía. Sí o sí nos ha socializado también a nosotros pues hacía años que no hablábamos con tantos desconocidos en la calle. Imposible dar dos pasos sin que alguien no nos detenga, lo achuche, lo bese, o quiera incluso ¡hacerse una foto con él!. Las anécdotas se acumulan y él acostumbrado a tanta expectación ahora se queda extrañado cuando paseamos y alguien haciendo footing o caminando, no se detiene a decirle algo. Ha secuestrado nuestras vacaciones anuales, si. Todas, sí. Y cambiado nuestras costumbres por completo, eso también. Nuestra casa se ha llenado de niños otra vez durante unos cuantos minutos al día y Bruno que disfruta a tope de ese loco momento, que le hace acabar histérico y agradecido, cuando termina, se va adaptando a todo. Nuestro césped que dejo de ser pisoteado en el último cumpleaños infantil de mi hija es ahora el paraíso donde el perro campa a sus anchas.

Es un dandy nuestro can, un perrito guaperas que en nada, tendrá ya el tamaño de un beagle adulto y yo habré duplicado el número de adolescentes en mi casa y mientras el número de admiradores habrá descendido.
Con la vida laboral normalizada y el curso escolar iniciado, cuando llegamos a casa, hay trabajo para todos y todos hemos entendido la parte de compromiso que le debemos a este hermoso perro. Mi marido y yo, hemos pasado nuestras esperadas vacaciones mirando un perro, con el cubo a la derecha y la fregona en la mano. Hemos entregado nuestro tiempo y nuestro más que merecido descanso a un perrito que ni mi marido ni yo necesitábamos en absoluto. Pero como muchos padres, si algo es necesario para un hijo, entonces lo es para nosotros. Y confirmamos lo que ya sabiámos, que los perros son de los padres y que lo único que diferencia a unos de otros es el tanto por ciento de implicación, pero salvo en honrosas excepciones el 80 siempre el nuestro.
Pero Bruno es un cachorrito que está ayudando a mi hija en muchos sentidos. Cada día intentamos que el perro sea un motivo de unión y no de división. Incluso cuando cualquier escusa es buena para liberarse de sus obligaciones.
Nos queda un largo camino por andar y muchas cosas que descubrir acerca de los perros y sí también acerca de nosotros mismos. Antes de tener a Bruni, Brunote o Bruno, según la hora del día y mi humor…., me daban pánico las patas de los perros, que se apoyasen en mí me erizaba la piel, su boca era lo más asqueroso que podía imaginar y las sensación caliente de su cuerpo me era extraña, solo acariciarlos superficialmente me gustaba, era el único contacto físico que me permitía con los perros en general. Aunque la verdad es que siempre tomé cariño a todos los perros con los que conviví en mi infancia, como Trosqui o Dino, ambos cazadores o después a los de mis amigas, al hermoso collie de mi amiga Canadiense, o la cariñosa cooker Kika, todos me mostraron lo fácil que es llegar a apreciar a un perro. ¡Claro que de ninguno de ellos fui yo la responsable!.

Solo ha pasado un mes y por supuesto ya le he sacado cosas de la boca a nuestro perro, lo he cogido en brazos cuando he estado con alguien a quién le asustan lo perros y por supuesto lo he sacado a pasear pese a tener que toparme con otros perros de tamaño descomunal. Hemos simplificado la decoración de casa en los espacios donde sí puede estar el perro, nos hemos acostumbrado a convivir con el papel de periódico por zonas de la casa y a tener los estores siempre levantados y por supuesto a recoger excrementos de todas las formas posibles con rastrillo y con bolsas.
Sí. Yo, lo repito, podría haber sido igual de feliz sin un perro, pero tengo que reconocer que Bruno nos está mostrando un mundo interesante, con muchos más matices, pero sobre todo siento, que en este viaje todos los miembros de la familia estamos descubriendo cosas importantes sobre nosotros mismo que ignorábamos. Como el valor de Sofía cuando protegió a su perro del ataque de uno mayor o a ser generosos con nuestro tiempo sin esperar nada a cambio.

Mi hija, su dueña al fin y al cabo, tiene ahora tareas y responsabilidades de las que antes de tener a Bruno carecía, ella eligió que fuera así y cada día tendrá que luchar con su propia bendita condena. Cada mañana desde que ha empezado la rutina del colegio se levanta a sacar a Bruno al jardín, a darle de comer y a limpiar y fregar la zona en la que ha dormido, y alguno que otro trata de escaquearse. Los fines de semana debe ocuparse de hacerle compañía y sacarlo a pasear. Además de ir al veterinario siempre que sea necesario. El resto de las necesidades de Bruno las cubrimos por supuesto su padre y yo, y aunque a veces agota pensar que depende de nosotros y las limitaciones que eso supone en nuestra vida, no es menos cierto que este pequeño perro se ha hecho querer enseguida, por guapo, por listo, por cariñoso y dar más de lo que recibe. Mi hija ha tomado consciencia de la importancia de tener un perro educado, sano y feliz y de lo que sí o no, se le debe permitir (ejercicio, comida, disciplina, caricias, premios). Y lo cierto es que la niña sí, parece tener un don (que funciona cuando lo utiliza, claro). Mientras todo sucede yo mantengo la intriga de saber quién acabará educando a quien.

Uno de los interlocutores propietarios de beagle con los que hemos hablado, es hijo adolescente de un vecino que ahora vive con su madre y a quien hace poco nos cruzamos paseando con su beagle. “Pues ahora se está portando bien”, le dije refiriéndome a su perro quien yacía tumbado dejándose hacer las perrerías de Bruno, y añadí “¿Qué más quieres?”. Y el muchacho taladrado por piercings y vestido con una estudiada ropa rota contestó con su broca voz y sin titubear: “¡Que me obedezca!”, “ah, exclame yo sonriendo. Te entiendo. Quieres exactamente lo mismo que los padres deseamos de los hijos” Vale, fue un golpe bajo para los dos adolescentes y será casualidad pero desde entonces mi hija comprende algunas cosas mucho mejor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola soy Poncho! Me ha gustado mucho lo que has publicado de mi primo y te recuerdo que me tienes que enviar unas fotitos. Besos. Perdón, guau, guau.

lux dijo...

Hola Poncho! Esto si es un lector de categoría, y qué si eres un perro, se adminten listos. Tu primo Bruno te manda guaus y se alegra de que te haya gustado. Tomo nota de lo de las fotos, antes de navidad están seguro.

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