miércoles, 24 de junio de 2009

Un campamento cerca de las estrellas

A todos los nacidos en los años 60 y que no han conseguido que sus hijos duerman en tienda de campaña...y a los que sí lo han conseguido pues también, pero sobre todo, a quienes quieran recordar su primer campamento de verano bajo las estrellas y no les importe volver a ser un poco niños.

***Cuento infantil***

En especial para mis miniamigos preferidos : Carla A., Alvaro A., Sara B., Paloma P., María Pp.,Paloma A., Candela T., Alvaro T. con todo mi cariño.

UN CAMPAMENTO CERCA DE LAS ESTRELLAS

(O ¡15 dias chupi-guay!)

Cuando mi mamá no era la mamá de Teresa, llevaba gafas y coletas, (a veces también se dejaba flequillo) y el pelo castaño, brillante y lleno de enredones a los que llamaba higos. Cuando mi mamá digo, era alta hasta darse con los pomos de las puertas en la frente y delgada como el palo blanco de un chupa-chups , se llamaba Candelita.
Mi mamá que solo era María Candela cuando se portaba fatal, traía unas notas estupendas a casa, para que sus padres se pusieran contentos y le dejaran ir de campamentos con sus amigas del colegio. Porque para Candelita los campamentos eran una cosa estupenda y también un poco tristes, pero solo una chispa.
Ella, que era bien espabilada o lo aparentaba cuando le interesaba, se encargaba personalmente de que la carta que le daban en el colegio con la información sobre los campamentos de verano, no se perdiese por el pupitre, ni entre los asientos del autobús, ni en la cocina de su casa y por eso, cuando llegaba a casa, cogía un boli bic de color rojo y dibujaba una X enorme justo en la casilla donde estaba escrito:
“SI Autorizo a mi hija para ir de campamentos” o algo así.
A su hermano Pablito solo le enseñaba la carta de lejos, bueno de muy lejos, no fuera ocurrir que como era pequeño con un renacuajo de charco e inexperto del todo, la fuera a estrujar o a manchar o peor, la rompiese en mil pedazos. Eso sería terrible para Candelita si sucediese, más que una semana sin chuches o un mes sin tele, porque entonces tendría que pasar todo el verano sin ver a sus amigas y sin un plan mejor que discutir con sus hermanos sobre cualquier cosa.
A Candelita le gustaba leer y releer toda la lista de cosas que tenía que llevarse al campamento, para no olvidar nada; la mochila roja, por ejemplo, la linterna con pilas nuevecitas , el gorro blanco donde estaba escrito en letras azules “Recuerdo de Broto”, ¡Ah! y una cantimplora verde aguacate que le encantaba, pero solo hasta el momento en que veía la de Paloma que era redonda como un disco de ABBA, y tenía rallas de color rojo blanco y negro. No podía evitarlo, justo en ese instante descubría que las cantimploras podían ser también redondas y ella deseaba con todas sus fuerzas que su cantimplora verde aguacate dejara de tener forma de pera, pero eso, no ocurría nunca y un año tras otro siempre llevaba al campamento la cantimplora con forma de pera y color aguacate.
Mi mamá también se preparaba las botas de montaña, unas que siempre le pesaban mogollón porque no eran blandas como las chirucas y que además, le hacían rozadura porque le iban grandes o pequeñas, según el año. Cuando Candelita tenía siete años su pie era por lo menos del número 32 y eso no solía coincidir con las botas, que por ser las primeras habían sido compradas unos meses antes de ir al campamento.
Por supuesto, ella se llevaba también abundantes camisetas de manga corta y pantalones de color aventura, y se ponía crema de protección solar y mucha loción para que no le picaran los mosquitos, que en las montañas los hay a miles de millones por que todo es muy, pero que muy verde.
Y es que Candelita, que aunque estaba flaca tenía un cuerpo con muchas partes; cabeza, tronco, extremidades de brazos y piernas con sus pies y sus cinco dedos en cada uno, se olvidaba de que también tenía orejas porque no podía verlas, ya sabes lo normal, y Zasssss, justo el mosquito impertinente le picaba ahí, donde no se había puesto la loción antimosquitos, por despistada. Nunca supo mamá como se enteraban los mosquitos de que en las orejas no había loción. Probablemente uno se fijaba y se lo contaba a los demás, porque siempre, siempre aparecía con más de un picotazo.
Si a ti no te pican los mosquitos es porque no te has ido tan lejos como se iba mi madre que dormía y todo allí, en las montañas del Pirineo donde la luna que era enorme y luminosa, casi se clavaba en los picos de las montañas. Unas montañas gigantes que cuando anochecía, podían recortarse con una tijera para hacer su silueta y donde había un cielo tan enorme, que era como si todas las estrellas del firmamento infinito, hubiesen acudido allí a una fiesta y por eso estaba multi estrellado.
Por si no lo sabes, te lo digo yo, cuando te vas de campamentos “campamentos” duermes debajo de una triángulo de tela y dentro de un saco enorme y cuando te metes en él, todo el mundo se parece a una salchicha en pan bagette. Cada tienda podía tener hasta 6 salchichas, sin salchichón. Eso significaba que no había monitoras contigo en las tiendas de campaña. Solitas bajo las estrellas y con un mónton de tiendas de campaña en círculo, así es como dormían.
En el Pirineo se está fresco incluso cuando hace calor, o eso le parecía a mi madre que es bastante friolera, y hay mogollón de tormentas con sus relámpagos que encienden todo el valle, y truenos como cuando te enfadas en casa y das un portazo y papá entonces se enfada también y empiezan los gritos, y son tan fuertes que se parece a una tormenta de verano, pero en el salón de tu casa.
No se si te he contado que Candelita era una niña valiente que no tenía miedo de los truenos ni aunque le tocara a ella dormir en la tienda de campaña al lado de la puerta, bueno de la puerta que no es una puerta, porque ya te dicho que la tienda de campaña es de tela naranja y sobretela azul para no mojarte cuando llueve y lo que tiene es una cremallera que hace de puerta.
Lo que a Candela sí le daba un poco de miedo era que alguien le pisara sin querer la gafas de montura metálica, por que entonces no vería quien estaba con ella dentro de la tienda y a lo mejor se colaban gamusinos o sarrios o lobos, pero eso la verdad, no ocurrió nunca.
Mi mamá era muy valiente, te lo repito por si no te has enterado, aunque a veces lloraba un poco pero eso si, sin hacer Buaaaaaa, sino más bien en silencio que es como lloran los valientes, pero es que se acordaba de mi abuela, que era su madre y que no iba al campamentos por que de campamentos solo puedes ir si eres hijo. Así que a veces se le escapaban mas o menos siete lagrimas, o eso pensaba ella. Pero enseguida llegaba la lágrima numero ocho que era de risa y brillaba más, porque sus amigas le hacían reír mucho y entonces se olvidaba un rato de sus padres porque se lo pasaba chupi-guay, contando historias de miedo alrededor del fuego que hacían con leña y hojas secas y gastándose bromas.
En esos campamentos no existía Internet, ni móviles, creételo aunque suene raro, así que cuando pasaban ocho días o cuatro o los que fueran, Candelita recibía una carta a su nombre dentro de un sobre que llevaba escrito en letras grandes :
Candelita Puentes Miravelles.
C/Campamento Virgen del Camino.
Oto. Huesca.
Nada de código postal, por que cuando mamá era pequeña las cartas no necesitaban código, supongo que porque los carteros eran lo bastante listos y se sabían los lugares de memoria. Mamá se ponía entonces, muy contenta y habría la carta a toda velocidad, pero enseguida tenía que correr menos porque casi no podía leer lo que ponía su padre, que es mi abuelo por si no lo sabías, porque su padre tiene una letra muy artística, tanto que no se le entiende nada bién, pero a Candelita le daba igual y dormía con la carta debajo de la cabeza, imaginando lo que quería decir.
Cada día del campamento esperaba una carta de sus padres aunque no siempre llegase una, pero así es la ilusión cuando tienes seis o siete años, supongo que te crees que tus padres no tienen otra cosa que hacer que echarte de menos.
Los días de excursión en el campamento a mamá le parecían un poco difíciles, porque lo de andar no le íba mucho y porque había que atarse bien las botas, no olvidarse de coger el chubasquero y ponértelo a la cintura, además tampoco podías olvidarte de la cantimplora con forma de pera porque sino, era fácil morir de sed con el pesado sol de la montaña, o eso es lo que ella se pensaba. Pero también se te podía olvidar ser lista y entonces ocurría lo inevitable y te bebías toda el agua en la primera parada a la sombra y horrorrrrr también te podías morir de sed si la excursión no había acabado y te quedaban por andar otros diez kilómetros, aunque eso casi no ocurría nunca y cuando ocurría tu mejor amiga te dejaba chupar de su cantimplora aunque luego le diera un poco de asco y todo eso. Pero cuando regresaban de nuevo al campamento, cansados y sucios, mi mamá siempre se alegraba de haber ido a esa excursión, porque se sentía más fuerte, más mayor, como orgullosa de sí misma.
Mi mamá me cuenta que en un campamento pasan cosas muy divertidas, que se juega mucho rato con un montón de niños que lavan su ropa en el río y que se acuerdan también de su papa y su mamá pero que entonces, cuando pasa eso, cantan juntos y otra vez están contentos.
Suena guay. Dice que las monjitas le dejaban quitarse los calcetines y las botas y meter los pies en el río, incluso le dejaban mojarse el pelo. ¿Cuánto hace que no metes tu los pies en un río o no ves un monja? Yo bastante, la verdad.
Pero lo que no le dejaban, y esto es importante, apréndetelo bien, era beber agua del río aunque estuvieses muerta de sed, porque si bien el agua venía de la nieve blanca de las cumbres , lo que a tí podía parecerte un gracioso barquillo de paja flotando, era en realidad una boñiga de vaca que es como se llama a la caca de la vaca en el pirineo. Aunque esto no sé si creérmelo.
Suena divertido eso de ir de campamentos, ¿no te parece? pero yo no he tenido tiempo de comprarme saco de dormir y aunque tengo una tienda de campaña roja con puerta-cremallera, creo que este año la montaré en el jardín para dormir la siesta cuando vuelva del campamento de DIA, por que si te fijas, campamento de DIA, D I A, es solo de día y no hace falta quedarse a dormir, aunque yo también sea muy valiente como mi mamá y me guste mucho meter los pies en el río.
Y esta es la historia de Candelita que un día llegó a ser la madre de Teresa. He dicho.

lunes, 15 de junio de 2009

El diccionario impertinente (I): AMISTAD




Letra A


Viene bien, coger el diccionario de la lengua española y tratarlo a veces como si fuese un libro religioso, es decir, con respeto y fe en lo que se lee. Sentarse, pongamos por caso, en un lugar tranquilo, tal vez al aire libre, bajo la sombra de un árbol frondoso y centenario si eso fuese posible y cerrar después los ojos. Realizar entonces unas cuantas respiraciones profundas y dejar así, que el azar nos lleve a una palabra.
Viene bien digo, repasar de vez en cuando nuestro lenguaje como medida preventiva para el desencanto, porque el vocabulario utilizado, nos acerca o nos aleja de nuestra realidad o de la realidad de los otros y nos obliga a ser más precisos y por tanto, ajustarnos más a la verdad, si es que esta fuese posible.
Pongamos por ejemplo que el azar nos hubiese llevado en este momento a la palabra “Verdad” recordaríamos entonces que ésta significa “Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente” en su primera acepción y que por verdad se puede entender también “Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa”

Si hiciésemos este simple acto de humildad de vez en cuando, revisar el significado de las palabras “más difíciles” esas que manejamos tan cotidianamente y de las que todo el mundo creemos saber su significado, por haberlas pronunciado tan imprudentemente muchas veces, es posible que tuviéramos la oportunidad de rectificar nuestro grave error y cambiar así el rumbo con un poco de ingenio de muchos de nuestro actos o creencias limitantes.

Imaginemos pues que hoy soy yo la que se encuentra bajo ese árbol centenario, bajo su generosa sombra, apoyada en su anciano tronco, como sujetando con fortaleza su envidiable vida, y que tengo el diccionario entre mis manos. Resolvamos entonces suavemente ese enigma que supone elegir una palabra al azar y pongamos por ejemplo que para un día claro y caluroso como hoy, el azar se detiene en la palabra Amistad.
Amistad.
Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.
Amigo, ga.
Que tiene amistad. Como tratamiento afectuoso, aunque no haya verdadera amistad.

Si hiciera eso, cerrar los ojos a lo obvio por un momento, tal vez me daría cuenta lo equivocada que estoy cuando me considero amiga de alguien, o pronuncio su nombre tan orgullosamente pensado en que es mi amigo.
La amistad es una palabra enorme, tan importante en su significado y su real sentido que tal vez no sea posible vivir con bien sin que forme parte de nuestra existencia.
A lo largo de nuestra vida hemos supongo vivido la amistad según la capacidad que en cada momento hemos tenido. Y fruto tal vez de un analfabetismo emocional involuntario la hemos malcriado.
Hace falta una gran capacidad para cumplir con honor el papel de buen amigo y entregar el afecto personal, puro y desinteresado, que precisa una buena amistad.
Si fuésemos valientes tan solo lo valientes que requiere un hombre de bien, tampoco mucho más sería necesario, y nos permitiésemos darle su valor a esta definición de amistad, tal vez por parte del otro o puede que por la nuestra, algunos nombres propios caerían de la lista de “amigos” que hemos ido construyendo a lo largo de los años.
Siempre he tenido la sensación de que no es fácil rodearse de amigos íntimos, que era el nombre que de niña utilizábamos para distinguir a la más amiga, a la mejor de todas.
Recuerdo con cariño la época de la preadolescencia cuando a menudo otra compañera nos preguntaba “¿Quién es tu mejor amiga?” y después de dejar caer la bomba, te exigía para su respuesta un solo nombre. Solía ser con esta condición, cuando yo empezaba a sudar porque no quería dejar malherido a nadie ¿Cómo no incluir el de aquella que te preguntaba? Era entonces supongo una forma más sencilla de vivir la amistad, pensando que uno tenía más amigos que los dedos de las manos.

Tal vez sea sensato reconocer lo difícil que resulta tener un gran número de amigos dentro de lo que Aristóteles consideraba la amistad perfecta, aquella que se da entre “hombres buenos e iguales en virtud ya que éstos quieren uno el bien del otro en cuanto que son buenos y son buenos es sí mismos”.
Puede que sea precisamente la gran dificultad que supone encontrar a esas personas y mantenerlas generosamente dentro de tu vida, de tus alegrías, de tus penas, de los triunfos y de los fracasos o de las infinitas dudas cuando te da uno de esos días con eclipse de luna, lo que hace entonces al amigo un ser tan especial, tan imprescindible, alguien único en el sentido más estricto de la palabra.
La mayoría de la personas contamos con numerosos conocidos a los que a veces nos aventuramos a llamar amigos. Es esta tal vez una forma de amistad que ayuda a ensayar el encuentro con el mejor amigo, pero nada más o todo eso, según se mire porque a veces alguien te sorprende portándose contigo mejor que ese amigo perfecto.
Tal vez sea este, el tipo de amistad que Aristóteles consideraba por interés, pues es aquella forma en la que “los amigos se quieren porque se benefician en algo el uno con el otro y solo por eso”.
Probablemente si repasásemos las listas propias y ajenas de las amistades de nuestra vida esta, la de amistad por interés, sería la más abundante en nombres y es bueno tener también una lista de esta categoría.
Pero siguiendo la estela de Aristóteles conviene recordar que él hacia una tercera clasificación. La amistad por placer. Esta, de la que probablemente también encontraríamos algún nombre en nuestra lista o hallaríamos no sin sorpresa el nuestro en la de alguien, es la amistad más fácil de disolver, pues ha “sido creada con un fin concreto que obedece al propio bien”, así que supongo que cuando hemos conseguido o no llegamos a conseguir ese fin, ésta desaparece para siempre sin demasiada pena ni gloria.

En mi opinión esta y todas las formas de amistad son necesarias, respetables y posibles, aunque solo la primera, la amistad perfecta, es la que reconforta, las penas y alegrías del alma, por eso es tan importante asegurarnos con que nombres propios la nombramos.
Es más inteligente recordar que habrá personas que nunca serán capaces de subir este último escalón por mucha ilusión y empeño que pongamos por nuestra parte y no confundir miserablemente e innecesariamente, a nuestro corazón y a nuestro intelecto. De ese modo cuando uno de esos falsos amigos perfectos que estúpidamente colocamos en el nivel equivocado, te asesta la más vil de las puñaladas (en lo que más te duele, con alevosía, nocturnidad y por la espalda) uno, es perfectamente capaz de arrancarse ese puñal con la propia mano y dejar cerrar la herida oportunamente, sin que la fe en la amistad quede a pesar de todo herida de muerte.
Porque tal vez el vil traidor, el amigo imperfecto, no lo sea solo por su acto de traición (atacando al amigo a través de la hija por ejemplo cuando la envenenada ira va hacia una madre, a la esposa cuando va hacia un marido, al amigo cuando va hacia otro amigo, al alumno cuando va hacia un profesor o a un niño para ilusoriamente salvar a otro de su incapacidad) sino porque previamente nosotros hemos prestado más atención a las “cualidades espejismo” de ese impostor que a las que ha de tener el verdadero amigo y que permiten las tres ces que citó Aristóteles: compartir, conversar y compenetrarse. No, no parece que tener buenos amigos sea fácil en absoluto.

Conviene entonces, vivir la amistad sabiendo en que peldaño me sitúo ante ella y en cuál coloco al otro, al amigo, para no dar lugar al fracaso por autoengaño. Pero incluso con la dificultad que supone tener y ser un buen amigo, el hombre necesita irremediablemente sentirse amigo del hombre.
Hoy, que se estudia casi todo y se sabe igual o menos que en la época de Aristóteles sobre la amistad, se han estudiado sus efectos sobre el organismo y lo que se ha descubierto es que aquellos que gozan de la suerte de tener amigos superan mejor el estrés, viven mas años y con mejor salud que aquellos que no cuentan con un círculo de amistades.
Claro que el estudio en cuestión, no especifica cual es la clase de amistad a la que se refiere, ni si la ignorancia de esa matización te hace creer que cuentas con un millón de amigos, como decía la canción de Roberto Carlos o si en ese grupo quedarían incluidos los amigos virtuales de estos tiempos fugaces.
De haber tenido Aristóteles facebook o tuenti en su época, habría tenido que crear una cuarta clasificación, la más virtual de todas, la más irreal al tiempo que tal vez nos recordara que una amistad no puede germinar adecuadamente en lo que es irreal, en lo fugaz o en lo efímero.
Llegados a esta altura de la reflexión, confieso que sí, que tengo mis amiguicos, no vayan ustedes a sentir pena de mí y pensar que muero mañana, pero también es verdad que este ha sido un año muy extremo en este sentido y que lo vivido ha ayudado tal vez al azar a abrir este diccionario impertinente por la letra A.

Por el mejor lado, he descubierto sin buscarlo, una genial, interesante e inesperada amistad con personas a las que les llevo casi treinta años y me he sentido, por otro lado agradecida sabiéndome parte importante de ese círculo de amigos confidentes que crea la amistad, con una persona que me lleva treinta años de sabiduría y saber vivir. Y mientras digo esto me doy cuen…que ¡los tres son hombres! ¿Qué me pasa con las mujeres? Nada, nada, somos probablemente un puntito más complicadas para con nosotras mismas ¿no? Un hombre por ejemplo, salvo que fuese descendiente de Aristóteles, no estoy segura de que se preguntase alguna vez sobre quien es su mejor amigo. Lo pueden tener sin tomar una especial consciencia, pero dudo que se tomasen la molestia de preguntarse por ello. ¿Para que? Se es o no se es. Y pueden que estén en lo correcto los que así lo hacen, pues no deja de ser otra forma legítima de ser feliz.
La forma de relacionarse con la amistad es distinta entre hombres y mujeres, no solo en su relación de hombre a hombre sino también cuando se trata de la amistad de un hombre con una mujer (aunque hay muchos que piensan que esto no es posible doy fe de que sí lo es). Pero eso sería objeto de otro post y ahora andamos generalizando un poquito, que es una forma de buscar respuestas para poder llegar en algún momento a donde sea que quiera llegar al haber iniciado este post, tal vez a tomarme un tiempo para enviar mi reconocimiento y mi agradecimiento a todos aquellos que un día pronunciasteis conmigo la palabra amistad, tan inocentemente como yo.
Porque al amigo es bien cierto que se le necesita cuando nos sentimos mal pero no lo es menos que también se le requiere para celebrar nuestros logros y sobre todo, alegrarnos con los suyos. Al amigo, a ese “amigo perfecto” se le defiende siempre cuando lo difaman gravemente aunque uno yerre, y solo después de haberle dado la oportunidad de expresarse, se sigue con él o se le deja ir, pero nunca se le ataca vilmente a traición por obra u omisión, que es otra forma de dejar morir al amigo.
Así me gusta creerlo cuando pienso en mis amigos, de la misma forma que creo, que si yo no soy capaz de ser buena amiga, tal vez no merezca cuanto de ellos recibo y si ellos, no sienten que su alma se serena un poco cuando les hablo y salta de alegría cuando me ven, tal vez sea porque en realidad no soy para ellos la amiga perfecta que merecen.
Desconozco lo que Aristóteles opinaba de aquellos que han sido amigos y dejan de serlo, pero mejor no olvidar que siempre será mucho mejor contar cadáveres que ser un cadáver, y es que cerrar viejas historias entristece pero deja espacio para otras nuevas, porque después de la persona amada, el amigo es la persona que te sostiene afectivamente y te construye.
Quien trata de destruirte a ti, a tu honor o a lo que amas sin haberse quitado previamente el disfraz de amigo, no es una buena persona.
Y como decía Aristóteles “el hombre malo no es capaz de amistad verdadera”
Así que tampoco vayamos a entristecernos más de lo que le sea merecido a un hombre malo cuando hace pedazos algo a lo que nosotros llamábamos ingenuamente amistad, porque siempre habrá otros hombres esperando poder ofrecer y encontrar un buen amigo. Esos, sí merecen nuestro tiempo y nuestro cariño. Y en toda esta reflexión donde digo amigo, pueden imaginar que quiero decir también amiga, of course.
Y así de sencillamente se hace el duelo por la perdida del amigo que un día fue y dejo de serlo, sin más penita que la justa ni menos de la necesaria.

Antes de acabar de repasar este post una voz familiar me llama y me informa de que un buen amigo ha venido a vernos. Cuando bajo, me entrega un regalo, así sin esperarlo, un día cualquiera en el mes de Junio. Con lo que me gustan las sorpresas pueden imaginar que me alegra el día. Lo abro intrigada, es un libro que él leyó previamente y que le gustó, lo ojeo mientras sonrío.
Y sólo después de darle un abrazo de agradecimiento me doy cuenta por que así me lo señala, de que el papel que lo envolvía tiene dibujado a mano un tulipán precioso sobre su fondo rojo que se me hace familiar. Me hecho a reír pensando en que debo prestar más atención a los detalles y le vuelvo a dar un abrazo, luego él me pide un bolígrafo por que quiere escribir una dedicatoria. “Para la mujer de un amigo. De un amigo a otro amigo”. Y como si de verdad existiese la telepatía con algunas personas, sonrío y pienso en este post, en el gesto que ha tenido conmigo y en las palabras tan grandes utilizadas en su dedicatoria. Los amigos verdaderos, existen y es seguro que delante de mí tengo uno de ellos que nos trae con este detalle un mensaje de fidelidad y un deseo sincero de que seamos felices. Recorto el tulipán y lo dejo guardo entre las solapas de ese libro.
Gracias J.M por todo y por permitirme comprobar que eres un incondicional de este tímido blog.
Eres un crack para todos tus amigos y nos alegra mucho estar en tu lista, sea la que sea.

Tal vez toda esta reflexión no sea otra cosa que un reconocimiento de que no es a no tener amigos, lo que temo, sino a considerar amigo a quien no lo es en absoluto o lo que es peor a no tener la suficiente consideración para quien sí lo es, un buen amigo digo.
Pero así somos los humanos, simplemente imperfectos.

lunes, 8 de junio de 2009

There is hope, make the call





Trato de imaginar el primer puente que construyó el hombre y pienso que debió ser probablemente un trozo de madera macizo, tal vez de pino bristlecone que se supone es uno de los árboles más longevos del planeta y que tienen la peculiaridad de poder vivir miles años aunque lleve muerta una parte de sí mismo durante otros mil años o puede que ese puente primero se hiciese con la unión de varios pedazos de ese material retorcido y natural, en cualquier caso supongo, que la invención del puente tuvo que tener como fin unir dos lugares separados, por el agua o por una brecha en la tierra.
Con el paso de los años los hombres han encontrado otra extraña forma de relacionarse con los puentes que nada tiene que ver con ese fin primero. Ahora estos, son más elevados, más seguros, más bonitos, tan espectaculares en ocasiones que parecen construcciones imposibles y sin embargo en algunos casos las personas se dirigen a esos puentes no para salvar un vacío o una dificultad sino para saltar a ese vacío que intentan evitar y quitarse sin opción posible, la propia vida. Lejos de vencer la natural dificultad de un vacío, algunos hombres desesperados simplemente se suicidan. Tan habitual es ya este hecho en algunos lugares como en el Golden Gate, por ejemplo, que hay un cartelel colocado con el siguiente texto “Hay esperanza, haz la llamada. Las consecuencias de saltar de este puente son fatales y trágicas”. Lo que no deja de ser un mensaje curioso; obvio para el amante de la vida y casi una invitación segura para el suicida, pues le certifica el éxito de su desgraciado propósito. Como si se tratase del sello que asegura una norma de calidad.

Pero a lo largo y ancho de nuestro desasosegado planeta hay otros lugares emblemáticos y realmente hermosos que por alguna morbosa razón, están condenados a ser testigos del sin sentido de la muerte voluntaria de una vida humana.
En china por ejemplo, hay un puente denominado Nankin, que atraviesa el majestuoso río Yangtsé pues bien, cuentan que allí un tendero de nombre Chen Si se hizo famoso en 2004 por patrullarlo incansablemente con el encomiable propósito de convencer a los posibles suicidas de que no merecía la pena tirarse desde el puente. En ese mismo artículo se asegura que Chen Si, ha conseguido disuadir o más bien en mi opinión posponer la fecha de su muerte, de unos cuantos hombres y mujeres desesperados. Existen otros lugares emblemáticos y mundialmente conocidos que son la elección mayoritaria de los suicidas que transitan cerca de ellos, como La torre Eifell de París, el Hornsey Lane de Londres, el monte Mihara o el monte Fuji en Japón, los acantilados de Moher, en Irlanda, y los de Beachy Head, en las costas inglesas. Estos lugares se extienden como una macabra ruta turística por todo el planeta.

De este último lugar Beachy Head, en las costas inglesas lo desconocía todo incluida su existencia, hasta el otro día, cuando leí una de esas noticias que no deberían haberse producido. La foto que lo muestra presenta un lugar impresionante, majestuoso, altísimo, tan alto que parece mucho más cerca del cielo que del mar, tal vez ese sea su trampantojo. O esa es la impresión que da al contemplar el diminuto faro que se aprecia al fondo de la imagen, al pie de los blancos acantilados que como catedrales naturales parecen subrayarlo.
Pues bien, el pasado domingo ese magnifico lugar volvió a ser testigo de una desesperanza, una doliente despedida. Neil y Kazumi se quitaron la vida voluntariamente (o tal vez involuntariamente prisioneros de su pena) saltando hacia un vacío inconmensurable, mientras tal vez la suave o fuerte brisa de aquel día les despedía o les informaba de su enorme error. Su historia hubiese pasado tal vez inadvertida para el mundo y en consecuencia mi, si no fuera por las tristes circunstancias que lo precedieron.
Neil y Kazume eran una pareja muy bien avenida a juicio de quienes les conocieron. Un matrimonio que se profesaba respeto y devoción, una "rara avis" en ese sentido. Extremadamente atentos con sus vecinos y dedicados en cuerpo y alma a su hijo, hasta el extremo más doloroso e imposible por lo que se deduce.
Tuvieron un único hijo que hasta el otro día contaba con cinco inocentes años de edad. Sam nació supongo fruto del amor y del deseo sincero de Neil y Kazumi por ser padres. Sam creció feliz, o al menos así lo muestran las fotografías que colgaron sus padres en la red, cuando hicieron la página web para recaudar fondos y agradecer posteriormente la ayuda conseguida. Y es que en el 2005 Kazumi y Sam tuvieron un accidente de coche que les cambio la vida para siempre.
Un volvo, cuyo conductor parece ser se distrajo con unos perros que transportaba en su interior, se llevo por delante el coche de Kazumi. La madre se rompió las piernas pero se recuperó, Sam sin embargo quedo tetrapléjico y necesitado de un respirador, aunque por suerte su cerebro quedó intacto. Los padres se adaptaron a la trágica situación que tan cruelmente les sobrevino. La madre dejó su empleo y en cuanto les fue posible cambiaron su residencia. Con la ayuda económica recibida adaptaron esa nueva casa de acuerdo con las actuales necesidades de su hijo Sam y agradecieron las donaciones recibidas para facilitar la vida de su hijo, mostrando en la web los progresos de su hijo y manifestando con sentidas palabras, lo felices que les hacia ver la actitud luchadora de su hijo Sam.
Pero hace solo unos días el maldito infortunio se volvió a cebar con esa gentil familia.
Sam contrajo meningitis y como los médicos nada podían hacer por él, los enviaron de nuevo a casa. La espera de la muerte debió ser como un veneno para el alma doliente de sus padres.
Kazumi y Neil esperaron la llegada de esa prematura muerte imagino que sin separarse de su hijo ni un minuto. Unos días después de morir Sam, cogieron el cadáver de su hijo y recorrieron sus últimos 180 kilómetros en coche, anduvieron 100 metros y se arrojaron ambos al vacío, en unos acantilados del sureste de Inglaterra en Beachy Head.
Cuando descubrieron sus cadáveres junto a ellos había también dos mochilas. Una con el cadáver de Sam, cuya cabecita aparecía a modo de muñeco por una de ella, según los primeros testigos y la otra, tal vez la que portaba el padre, con sus juguetes preferidos.
De todas las formas de suicidio posibles los Puttick eligieron el salto al vacío. Una macabra metáfora tal vez del sentimiento que les sobrevino con la irreparable pérdida de su hijo, y por ese sabor a nada que no pudieron soportar y tal vez cansados de luchar o faltos de toda esperanza, se dejaron vencer por el cruel destino ¡Cuan inmenso debió ser su dolor y su soledad!
En este momento recuerdo la palabras de Chen zi “Los suicidas son fáciles de reconocer, caminan como si no tuvieran alma”. Pero Chen zi, no estaba en ese acantilado de Beachy Head donde cada año unas 20 personas se arrojan al vacío.
Como dijo una de sus vecinas “los Puttick vivian entregados en cuerpo y alma a su hijo”.


Tan lacerante es el dolor del alma al perder un hijo que tal vez a veces, no pueda el cuerpo escapar a ese inmenso dolor y enajene la razón.
¡Que historia tan triste para este triste día!, me digo al mirar el cielo plomizo que hoy me acompaña. Y no quiero juzgar, ni siquiera imaginar por imposible, el sufrimiento de esos padres para quienes me hubiera gustado que algo o alguien hubiese, podido mitigar un poco de ese lacerante dolor o mostrarles simplemente un requicio de esperanza. Pero el umbral del dolor al perder un hijo es tan salvaje, tan contra natura que tal vez se necesite creer en la existencia de un Dios que nos permitirá un reencuentro como único camino para la supervivencia serena en la tierra.
El ser humano es enormemente frágil y siempre va a ser vencido por la muerte, salvo tal vez que sea capaz de elevar el amor a la vida (y a Dios para quien crea en él) por encima de su negro horizonte y del dolor.
Toda la violencia gestada en nuestro pequeño mundo…, es posible que tenga su origen en la no aceptación de la muerte como destino final para esta vida breve. Tal vez después de todo, no luchamos, ni zozobramos por los problemas de nuestra vida cotidiana sino que cuando nos afligimos tan desesperadamente por cualquier cosa, lo hacemos por sabernos inevitablemente mortales y faltos en consecuencia de valor para aceptarlo y entonces jugamos como niños a ser Dios en la tierra, sin saber muy bien lo que hacemos, organizando el destino de algunos hombres buenos, incluido el nuestro, cuando la realidad es que la vida eterna, si existe no está en este mundo.
Y al pensarlo de este modo y recordar el final de esa familia inglesa, tengo la certera sensación de que la vida terrenal es un regalo de cristal que nos ha sido entregado para vivirla con amor, esperanza y comprensión, para que el hombre pueda ser en las dificultades y en las alegrias, humildemente compañero del hombre y mejor amigo de sí mismo. Pero somos tan diminutos en esta inmensidad emocional que supone el vivir cada momento difícil, que cada día es un desafío a los miedos que debemos superar. Pero si algunos lo consiguen, será sencillamente por que es posible.

Kazumi y Neil padres de Sam descansad en paz, es seguro que hay un Dios a las puertas del cielo también para vosotros.

jueves, 4 de junio de 2009

La fidelidad del tulipán



Es jueves y la lluvia cae tímidamente sobre las frías lápidas. Tal vez el viernes, víspera de su veinte no cumpleaños en la tierra, esta caiga de forma más impertinente sobre el planeta.
Mientras eso sucede Roberto contempla la tierra desde arriba. No imaginó en vida que pudiese llegar a ser tan fácil observar sin llegar a intervenir. El sabe que a menudo los “suyos” le imploran ayuda cuando se sienten fatigados o descorazonados, pero el cielo no se hizo para este menester. El no puede intervenir en la voluntad de los hombres, aunque los ame tanto como quiere a esas dos mujeres que ahora conversan. Esto le llevó un tiempo aceptarlo pero ahora ya no le pesa, lo comprende.
La madre entra en la pequeña habitación situada al fondo del pasillo y se sienta frente a Carolina, aunque pensándolo bien, no se ha sentado sino que se ha dejado caer sobre la silla y sin venir a cuento le ha dicho a la hija: “¿Sabes? Creo que después de todo, a las personas que quieres hay que admitirlas como son, con lo bueno y lo malo”. Esto lo ha dicho acompañándolo de un gesto, que invita a pensar que la madre, ha pasado la noche dándole vueltas a un asunto que le preocupaba y que ha debido ser a algo que no le gustaba mucho, llegando a un extremo donde la resignación le ha vencido. Por eso, aunque tiene sentido lo dicho, lo ha expresado de esa forma, como vencida, en lugar de comprender que al razonar así, es ella quien ha ganado.
La hija, que está en ese instante escribiendo en el ordenador, levanta la vista en el momento justo para apreciar el gesto. Lacónicamente responde sin saber en absoluto a quien de todos las “personas” se refiere su madre, incluida ella misma. “Si madre, así es. Pero ¿sabes?. Me temo que esa es una carretera de doble dirección.” Hace una pausa y retirando la vista de los ojos de su madre añade “Los demás también han de admitirnos tal y como somos ¿no?” Le entran ganas de añadir “si nos quieren”, pero lo obvia y solo Roberto lo escucha desde su inmenso cielo.
La madre se levanta repentinamente y sale de la habitación, piensa que su hija siempre ha de tener la última palabra y no entiende porqué le responde como si la atacase.
La hija por su parte, finge seguir con lo que está haciendo, pero en realidad se está dirigiendo a su padre y pidiéndole que ayude a su madre a no olvidar lo que acaba de decir. Piensa que tal vez si su madre creyese lo que ha dicho, se sentiría por fin un poco feliz.
Roberto sonríe. Ahora puede saber que esa forma tan peculiar que tienen de funcionar entre ellas no hace sino reafirmar el afecto que la una siente por la otra.
No se ignoran, no. Incluso cuando parece que se hacen reproches se aman. Roberto ahora lo sabe y por eso ya no teme esos encuentros entre ellas un tanto surrealistas, donde ambas parecen mezclar distintos tipos de comunicación.
La hija mira por la ventana durante unos segundos y el paisaje que ve la hace temblar. Lamenta tanto no poder atraparlo en un lienzo como hacía su padre. ¡Cómo lo quiso¡ Recuerda la intensidad de su cariño incluso veinte años después de aquel fatídico accidente y sabe, sin por ello pronunciarlo nunca, que seguirá siendo así durante el resto de su vida.
De repente, algo que no comprende le impulsa a coger un papel y un lápiz. En unos segundos ha dibujado un garabato con forma de tulipán y siente la necesidad de pintarlo de rojo y escribir te quiero junto al tallo. Cuando observa el resultado, arquea las cejas y lo comprende, es como el tulipán que llevó a casa para el día de la madre en su primer año escolar. Y durante unos escasos segundos vuelve a sentirse como entonces, cuando pensaba que su regalo le traería algo de felicidad a su madre entre medio de ese negro duelo, aunque solo fuese brevemente, lo que tal vez pueda durar un sueño infantil.
Sujeta una lágrima rebelde y observa el tulipán abocetado durante unos segundos reconociendo lo pueril de su deseo y después sin dudarlo, lo rompe enérgicamente en cuatro trozos para arrojarlo a la papelera. Hoy está sin saber porqué, sensible.
La madre entra entonces de nuevo en la habitación y le pregunta apresuradamente “¿nos vamos o qué? Me gustaría comprar un ramo de tulipanes para la tumba de papa”. “Si, mamá. Ya voy” La hija sonríe por la coincidencia pero no añade nada. En pocos minutos las dos están cogidas del brazo colocando un ramo de tulipanes rojos en la tumba de Roberto mientras una fina lluvia cae de un cielo que hoy parece más próximo y menos desconocido pese a su gris plomizo.
Roberto sabe que por hoy ha terminado su visita a la tierra, así que se despide como siempre lo hace cuando la lluvia acompaña el día, con un soplo fuerte que vuelve los paraguas hacia arriba. Sonriendo se marcha, a la espera de que ese mismo cielo que lo acoge desde hace tanto tiempo, le permita volver de nuevo y por un instante a observar la tierra, tal vez en su próximo no cumpleaños. Nunca se sabe.
La hija mira a su madre con cariño y la coge más fuerte, ahora que ya no es una niña desearía que su madre se volviese a encontrar con el amor, después de todo su padre lo comprendería. Carolina se siente culpable porque sabe que no tardando mucho ella se irá de casa y su madre se quedará sola. La madre pasa un trapo por la lápida, con tanto cuidado que parece como si asease la cara de un enfermo, luego le da un último toque al ramo y con una media sonrisa agradece a Dios haber puesto en su vida personas tan especiales. Ella es feliz a su modo, con ese luto permanente en el vestir y bajo los ojos, a modo de ojeras que en nada la favorecen. Tal vez nunca ría tan a menudo como lo hacía antes pero se siente bien, serena. Cree en la otra vida y en que un día se reencontrará con Roberto.
Suspira y piensa que la niña pronto se marchará y empezará su vida, tal vez se case y consiga ser tan feliz como lo fue ella con su padre. La mira un tanto emocionada, es el vivo retrato de su padre, aunque no entiende porque entonces discuten tanto. Sujeta el paraguas con fuerza mientras su hija trata de recomponerlo en su posición original. Ambas sonríen y después se dirigen fuera del cementerio cogidas del brazo, tal y como llegaron. Entonces Carolina rompe el silencio “Mamá ¿Por qué tulipanes?” y la madre simplemente le dice “¿Y por qué no?”
La madre guarda silencio cuando siente que el amor queda ya para ella demasiado lejos y apenas se permite pensar que pasaría si se volviese a enamorar.
Roberto está ya lejos de ese instante en la tierra pero como cada año piensa que si le permitiesen intervenir por un momento, sería para decirle a su mujer que no se cierre al amor, que merece ser amada de nuevo, respetada, acompañada en las dificultades y las alegrías de su vida en la tierra. Pero nada puede hacer. Los tulipanes rojos contienen como los cuencos de un templo, la fina lluvia que los importuna. Todo vuelve de nuevo a quedar en silencio, solo el trino de algún pájaro recuerda que hay vida palpitando entre las sepulturas de ese anciano pueblo. Pero incluso esa certeza no es después de todo, tan verdadera. Carolina y su madre cierran la verja del cementerio y como siempre, sienten que algo de sí mismas se queda dentro.




*Tulipán rojo: Respeto y Fidelidad

Yes, we can!

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