lunes, 15 de junio de 2009

El diccionario impertinente (I): AMISTAD




Letra A


Viene bien, coger el diccionario de la lengua española y tratarlo a veces como si fuese un libro religioso, es decir, con respeto y fe en lo que se lee. Sentarse, pongamos por caso, en un lugar tranquilo, tal vez al aire libre, bajo la sombra de un árbol frondoso y centenario si eso fuese posible y cerrar después los ojos. Realizar entonces unas cuantas respiraciones profundas y dejar así, que el azar nos lleve a una palabra.
Viene bien digo, repasar de vez en cuando nuestro lenguaje como medida preventiva para el desencanto, porque el vocabulario utilizado, nos acerca o nos aleja de nuestra realidad o de la realidad de los otros y nos obliga a ser más precisos y por tanto, ajustarnos más a la verdad, si es que esta fuese posible.
Pongamos por ejemplo que el azar nos hubiese llevado en este momento a la palabra “Verdad” recordaríamos entonces que ésta significa “Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente” en su primera acepción y que por verdad se puede entender también “Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa”

Si hiciésemos este simple acto de humildad de vez en cuando, revisar el significado de las palabras “más difíciles” esas que manejamos tan cotidianamente y de las que todo el mundo creemos saber su significado, por haberlas pronunciado tan imprudentemente muchas veces, es posible que tuviéramos la oportunidad de rectificar nuestro grave error y cambiar así el rumbo con un poco de ingenio de muchos de nuestro actos o creencias limitantes.

Imaginemos pues que hoy soy yo la que se encuentra bajo ese árbol centenario, bajo su generosa sombra, apoyada en su anciano tronco, como sujetando con fortaleza su envidiable vida, y que tengo el diccionario entre mis manos. Resolvamos entonces suavemente ese enigma que supone elegir una palabra al azar y pongamos por ejemplo que para un día claro y caluroso como hoy, el azar se detiene en la palabra Amistad.
Amistad.
Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.
Amigo, ga.
Que tiene amistad. Como tratamiento afectuoso, aunque no haya verdadera amistad.

Si hiciera eso, cerrar los ojos a lo obvio por un momento, tal vez me daría cuenta lo equivocada que estoy cuando me considero amiga de alguien, o pronuncio su nombre tan orgullosamente pensado en que es mi amigo.
La amistad es una palabra enorme, tan importante en su significado y su real sentido que tal vez no sea posible vivir con bien sin que forme parte de nuestra existencia.
A lo largo de nuestra vida hemos supongo vivido la amistad según la capacidad que en cada momento hemos tenido. Y fruto tal vez de un analfabetismo emocional involuntario la hemos malcriado.
Hace falta una gran capacidad para cumplir con honor el papel de buen amigo y entregar el afecto personal, puro y desinteresado, que precisa una buena amistad.
Si fuésemos valientes tan solo lo valientes que requiere un hombre de bien, tampoco mucho más sería necesario, y nos permitiésemos darle su valor a esta definición de amistad, tal vez por parte del otro o puede que por la nuestra, algunos nombres propios caerían de la lista de “amigos” que hemos ido construyendo a lo largo de los años.
Siempre he tenido la sensación de que no es fácil rodearse de amigos íntimos, que era el nombre que de niña utilizábamos para distinguir a la más amiga, a la mejor de todas.
Recuerdo con cariño la época de la preadolescencia cuando a menudo otra compañera nos preguntaba “¿Quién es tu mejor amiga?” y después de dejar caer la bomba, te exigía para su respuesta un solo nombre. Solía ser con esta condición, cuando yo empezaba a sudar porque no quería dejar malherido a nadie ¿Cómo no incluir el de aquella que te preguntaba? Era entonces supongo una forma más sencilla de vivir la amistad, pensando que uno tenía más amigos que los dedos de las manos.

Tal vez sea sensato reconocer lo difícil que resulta tener un gran número de amigos dentro de lo que Aristóteles consideraba la amistad perfecta, aquella que se da entre “hombres buenos e iguales en virtud ya que éstos quieren uno el bien del otro en cuanto que son buenos y son buenos es sí mismos”.
Puede que sea precisamente la gran dificultad que supone encontrar a esas personas y mantenerlas generosamente dentro de tu vida, de tus alegrías, de tus penas, de los triunfos y de los fracasos o de las infinitas dudas cuando te da uno de esos días con eclipse de luna, lo que hace entonces al amigo un ser tan especial, tan imprescindible, alguien único en el sentido más estricto de la palabra.
La mayoría de la personas contamos con numerosos conocidos a los que a veces nos aventuramos a llamar amigos. Es esta tal vez una forma de amistad que ayuda a ensayar el encuentro con el mejor amigo, pero nada más o todo eso, según se mire porque a veces alguien te sorprende portándose contigo mejor que ese amigo perfecto.
Tal vez sea este, el tipo de amistad que Aristóteles consideraba por interés, pues es aquella forma en la que “los amigos se quieren porque se benefician en algo el uno con el otro y solo por eso”.
Probablemente si repasásemos las listas propias y ajenas de las amistades de nuestra vida esta, la de amistad por interés, sería la más abundante en nombres y es bueno tener también una lista de esta categoría.
Pero siguiendo la estela de Aristóteles conviene recordar que él hacia una tercera clasificación. La amistad por placer. Esta, de la que probablemente también encontraríamos algún nombre en nuestra lista o hallaríamos no sin sorpresa el nuestro en la de alguien, es la amistad más fácil de disolver, pues ha “sido creada con un fin concreto que obedece al propio bien”, así que supongo que cuando hemos conseguido o no llegamos a conseguir ese fin, ésta desaparece para siempre sin demasiada pena ni gloria.

En mi opinión esta y todas las formas de amistad son necesarias, respetables y posibles, aunque solo la primera, la amistad perfecta, es la que reconforta, las penas y alegrías del alma, por eso es tan importante asegurarnos con que nombres propios la nombramos.
Es más inteligente recordar que habrá personas que nunca serán capaces de subir este último escalón por mucha ilusión y empeño que pongamos por nuestra parte y no confundir miserablemente e innecesariamente, a nuestro corazón y a nuestro intelecto. De ese modo cuando uno de esos falsos amigos perfectos que estúpidamente colocamos en el nivel equivocado, te asesta la más vil de las puñaladas (en lo que más te duele, con alevosía, nocturnidad y por la espalda) uno, es perfectamente capaz de arrancarse ese puñal con la propia mano y dejar cerrar la herida oportunamente, sin que la fe en la amistad quede a pesar de todo herida de muerte.
Porque tal vez el vil traidor, el amigo imperfecto, no lo sea solo por su acto de traición (atacando al amigo a través de la hija por ejemplo cuando la envenenada ira va hacia una madre, a la esposa cuando va hacia un marido, al amigo cuando va hacia otro amigo, al alumno cuando va hacia un profesor o a un niño para ilusoriamente salvar a otro de su incapacidad) sino porque previamente nosotros hemos prestado más atención a las “cualidades espejismo” de ese impostor que a las que ha de tener el verdadero amigo y que permiten las tres ces que citó Aristóteles: compartir, conversar y compenetrarse. No, no parece que tener buenos amigos sea fácil en absoluto.

Conviene entonces, vivir la amistad sabiendo en que peldaño me sitúo ante ella y en cuál coloco al otro, al amigo, para no dar lugar al fracaso por autoengaño. Pero incluso con la dificultad que supone tener y ser un buen amigo, el hombre necesita irremediablemente sentirse amigo del hombre.
Hoy, que se estudia casi todo y se sabe igual o menos que en la época de Aristóteles sobre la amistad, se han estudiado sus efectos sobre el organismo y lo que se ha descubierto es que aquellos que gozan de la suerte de tener amigos superan mejor el estrés, viven mas años y con mejor salud que aquellos que no cuentan con un círculo de amistades.
Claro que el estudio en cuestión, no especifica cual es la clase de amistad a la que se refiere, ni si la ignorancia de esa matización te hace creer que cuentas con un millón de amigos, como decía la canción de Roberto Carlos o si en ese grupo quedarían incluidos los amigos virtuales de estos tiempos fugaces.
De haber tenido Aristóteles facebook o tuenti en su época, habría tenido que crear una cuarta clasificación, la más virtual de todas, la más irreal al tiempo que tal vez nos recordara que una amistad no puede germinar adecuadamente en lo que es irreal, en lo fugaz o en lo efímero.
Llegados a esta altura de la reflexión, confieso que sí, que tengo mis amiguicos, no vayan ustedes a sentir pena de mí y pensar que muero mañana, pero también es verdad que este ha sido un año muy extremo en este sentido y que lo vivido ha ayudado tal vez al azar a abrir este diccionario impertinente por la letra A.

Por el mejor lado, he descubierto sin buscarlo, una genial, interesante e inesperada amistad con personas a las que les llevo casi treinta años y me he sentido, por otro lado agradecida sabiéndome parte importante de ese círculo de amigos confidentes que crea la amistad, con una persona que me lleva treinta años de sabiduría y saber vivir. Y mientras digo esto me doy cuen…que ¡los tres son hombres! ¿Qué me pasa con las mujeres? Nada, nada, somos probablemente un puntito más complicadas para con nosotras mismas ¿no? Un hombre por ejemplo, salvo que fuese descendiente de Aristóteles, no estoy segura de que se preguntase alguna vez sobre quien es su mejor amigo. Lo pueden tener sin tomar una especial consciencia, pero dudo que se tomasen la molestia de preguntarse por ello. ¿Para que? Se es o no se es. Y pueden que estén en lo correcto los que así lo hacen, pues no deja de ser otra forma legítima de ser feliz.
La forma de relacionarse con la amistad es distinta entre hombres y mujeres, no solo en su relación de hombre a hombre sino también cuando se trata de la amistad de un hombre con una mujer (aunque hay muchos que piensan que esto no es posible doy fe de que sí lo es). Pero eso sería objeto de otro post y ahora andamos generalizando un poquito, que es una forma de buscar respuestas para poder llegar en algún momento a donde sea que quiera llegar al haber iniciado este post, tal vez a tomarme un tiempo para enviar mi reconocimiento y mi agradecimiento a todos aquellos que un día pronunciasteis conmigo la palabra amistad, tan inocentemente como yo.
Porque al amigo es bien cierto que se le necesita cuando nos sentimos mal pero no lo es menos que también se le requiere para celebrar nuestros logros y sobre todo, alegrarnos con los suyos. Al amigo, a ese “amigo perfecto” se le defiende siempre cuando lo difaman gravemente aunque uno yerre, y solo después de haberle dado la oportunidad de expresarse, se sigue con él o se le deja ir, pero nunca se le ataca vilmente a traición por obra u omisión, que es otra forma de dejar morir al amigo.
Así me gusta creerlo cuando pienso en mis amigos, de la misma forma que creo, que si yo no soy capaz de ser buena amiga, tal vez no merezca cuanto de ellos recibo y si ellos, no sienten que su alma se serena un poco cuando les hablo y salta de alegría cuando me ven, tal vez sea porque en realidad no soy para ellos la amiga perfecta que merecen.
Desconozco lo que Aristóteles opinaba de aquellos que han sido amigos y dejan de serlo, pero mejor no olvidar que siempre será mucho mejor contar cadáveres que ser un cadáver, y es que cerrar viejas historias entristece pero deja espacio para otras nuevas, porque después de la persona amada, el amigo es la persona que te sostiene afectivamente y te construye.
Quien trata de destruirte a ti, a tu honor o a lo que amas sin haberse quitado previamente el disfraz de amigo, no es una buena persona.
Y como decía Aristóteles “el hombre malo no es capaz de amistad verdadera”
Así que tampoco vayamos a entristecernos más de lo que le sea merecido a un hombre malo cuando hace pedazos algo a lo que nosotros llamábamos ingenuamente amistad, porque siempre habrá otros hombres esperando poder ofrecer y encontrar un buen amigo. Esos, sí merecen nuestro tiempo y nuestro cariño. Y en toda esta reflexión donde digo amigo, pueden imaginar que quiero decir también amiga, of course.
Y así de sencillamente se hace el duelo por la perdida del amigo que un día fue y dejo de serlo, sin más penita que la justa ni menos de la necesaria.

Antes de acabar de repasar este post una voz familiar me llama y me informa de que un buen amigo ha venido a vernos. Cuando bajo, me entrega un regalo, así sin esperarlo, un día cualquiera en el mes de Junio. Con lo que me gustan las sorpresas pueden imaginar que me alegra el día. Lo abro intrigada, es un libro que él leyó previamente y que le gustó, lo ojeo mientras sonrío.
Y sólo después de darle un abrazo de agradecimiento me doy cuenta por que así me lo señala, de que el papel que lo envolvía tiene dibujado a mano un tulipán precioso sobre su fondo rojo que se me hace familiar. Me hecho a reír pensando en que debo prestar más atención a los detalles y le vuelvo a dar un abrazo, luego él me pide un bolígrafo por que quiere escribir una dedicatoria. “Para la mujer de un amigo. De un amigo a otro amigo”. Y como si de verdad existiese la telepatía con algunas personas, sonrío y pienso en este post, en el gesto que ha tenido conmigo y en las palabras tan grandes utilizadas en su dedicatoria. Los amigos verdaderos, existen y es seguro que delante de mí tengo uno de ellos que nos trae con este detalle un mensaje de fidelidad y un deseo sincero de que seamos felices. Recorto el tulipán y lo dejo guardo entre las solapas de ese libro.
Gracias J.M por todo y por permitirme comprobar que eres un incondicional de este tímido blog.
Eres un crack para todos tus amigos y nos alegra mucho estar en tu lista, sea la que sea.

Tal vez toda esta reflexión no sea otra cosa que un reconocimiento de que no es a no tener amigos, lo que temo, sino a considerar amigo a quien no lo es en absoluto o lo que es peor a no tener la suficiente consideración para quien sí lo es, un buen amigo digo.
Pero así somos los humanos, simplemente imperfectos.

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