lunes, 8 de junio de 2009

There is hope, make the call





Trato de imaginar el primer puente que construyó el hombre y pienso que debió ser probablemente un trozo de madera macizo, tal vez de pino bristlecone que se supone es uno de los árboles más longevos del planeta y que tienen la peculiaridad de poder vivir miles años aunque lleve muerta una parte de sí mismo durante otros mil años o puede que ese puente primero se hiciese con la unión de varios pedazos de ese material retorcido y natural, en cualquier caso supongo, que la invención del puente tuvo que tener como fin unir dos lugares separados, por el agua o por una brecha en la tierra.
Con el paso de los años los hombres han encontrado otra extraña forma de relacionarse con los puentes que nada tiene que ver con ese fin primero. Ahora estos, son más elevados, más seguros, más bonitos, tan espectaculares en ocasiones que parecen construcciones imposibles y sin embargo en algunos casos las personas se dirigen a esos puentes no para salvar un vacío o una dificultad sino para saltar a ese vacío que intentan evitar y quitarse sin opción posible, la propia vida. Lejos de vencer la natural dificultad de un vacío, algunos hombres desesperados simplemente se suicidan. Tan habitual es ya este hecho en algunos lugares como en el Golden Gate, por ejemplo, que hay un cartelel colocado con el siguiente texto “Hay esperanza, haz la llamada. Las consecuencias de saltar de este puente son fatales y trágicas”. Lo que no deja de ser un mensaje curioso; obvio para el amante de la vida y casi una invitación segura para el suicida, pues le certifica el éxito de su desgraciado propósito. Como si se tratase del sello que asegura una norma de calidad.

Pero a lo largo y ancho de nuestro desasosegado planeta hay otros lugares emblemáticos y realmente hermosos que por alguna morbosa razón, están condenados a ser testigos del sin sentido de la muerte voluntaria de una vida humana.
En china por ejemplo, hay un puente denominado Nankin, que atraviesa el majestuoso río Yangtsé pues bien, cuentan que allí un tendero de nombre Chen Si se hizo famoso en 2004 por patrullarlo incansablemente con el encomiable propósito de convencer a los posibles suicidas de que no merecía la pena tirarse desde el puente. En ese mismo artículo se asegura que Chen Si, ha conseguido disuadir o más bien en mi opinión posponer la fecha de su muerte, de unos cuantos hombres y mujeres desesperados. Existen otros lugares emblemáticos y mundialmente conocidos que son la elección mayoritaria de los suicidas que transitan cerca de ellos, como La torre Eifell de París, el Hornsey Lane de Londres, el monte Mihara o el monte Fuji en Japón, los acantilados de Moher, en Irlanda, y los de Beachy Head, en las costas inglesas. Estos lugares se extienden como una macabra ruta turística por todo el planeta.

De este último lugar Beachy Head, en las costas inglesas lo desconocía todo incluida su existencia, hasta el otro día, cuando leí una de esas noticias que no deberían haberse producido. La foto que lo muestra presenta un lugar impresionante, majestuoso, altísimo, tan alto que parece mucho más cerca del cielo que del mar, tal vez ese sea su trampantojo. O esa es la impresión que da al contemplar el diminuto faro que se aprecia al fondo de la imagen, al pie de los blancos acantilados que como catedrales naturales parecen subrayarlo.
Pues bien, el pasado domingo ese magnifico lugar volvió a ser testigo de una desesperanza, una doliente despedida. Neil y Kazumi se quitaron la vida voluntariamente (o tal vez involuntariamente prisioneros de su pena) saltando hacia un vacío inconmensurable, mientras tal vez la suave o fuerte brisa de aquel día les despedía o les informaba de su enorme error. Su historia hubiese pasado tal vez inadvertida para el mundo y en consecuencia mi, si no fuera por las tristes circunstancias que lo precedieron.
Neil y Kazume eran una pareja muy bien avenida a juicio de quienes les conocieron. Un matrimonio que se profesaba respeto y devoción, una "rara avis" en ese sentido. Extremadamente atentos con sus vecinos y dedicados en cuerpo y alma a su hijo, hasta el extremo más doloroso e imposible por lo que se deduce.
Tuvieron un único hijo que hasta el otro día contaba con cinco inocentes años de edad. Sam nació supongo fruto del amor y del deseo sincero de Neil y Kazumi por ser padres. Sam creció feliz, o al menos así lo muestran las fotografías que colgaron sus padres en la red, cuando hicieron la página web para recaudar fondos y agradecer posteriormente la ayuda conseguida. Y es que en el 2005 Kazumi y Sam tuvieron un accidente de coche que les cambio la vida para siempre.
Un volvo, cuyo conductor parece ser se distrajo con unos perros que transportaba en su interior, se llevo por delante el coche de Kazumi. La madre se rompió las piernas pero se recuperó, Sam sin embargo quedo tetrapléjico y necesitado de un respirador, aunque por suerte su cerebro quedó intacto. Los padres se adaptaron a la trágica situación que tan cruelmente les sobrevino. La madre dejó su empleo y en cuanto les fue posible cambiaron su residencia. Con la ayuda económica recibida adaptaron esa nueva casa de acuerdo con las actuales necesidades de su hijo Sam y agradecieron las donaciones recibidas para facilitar la vida de su hijo, mostrando en la web los progresos de su hijo y manifestando con sentidas palabras, lo felices que les hacia ver la actitud luchadora de su hijo Sam.
Pero hace solo unos días el maldito infortunio se volvió a cebar con esa gentil familia.
Sam contrajo meningitis y como los médicos nada podían hacer por él, los enviaron de nuevo a casa. La espera de la muerte debió ser como un veneno para el alma doliente de sus padres.
Kazumi y Neil esperaron la llegada de esa prematura muerte imagino que sin separarse de su hijo ni un minuto. Unos días después de morir Sam, cogieron el cadáver de su hijo y recorrieron sus últimos 180 kilómetros en coche, anduvieron 100 metros y se arrojaron ambos al vacío, en unos acantilados del sureste de Inglaterra en Beachy Head.
Cuando descubrieron sus cadáveres junto a ellos había también dos mochilas. Una con el cadáver de Sam, cuya cabecita aparecía a modo de muñeco por una de ella, según los primeros testigos y la otra, tal vez la que portaba el padre, con sus juguetes preferidos.
De todas las formas de suicidio posibles los Puttick eligieron el salto al vacío. Una macabra metáfora tal vez del sentimiento que les sobrevino con la irreparable pérdida de su hijo, y por ese sabor a nada que no pudieron soportar y tal vez cansados de luchar o faltos de toda esperanza, se dejaron vencer por el cruel destino ¡Cuan inmenso debió ser su dolor y su soledad!
En este momento recuerdo la palabras de Chen zi “Los suicidas son fáciles de reconocer, caminan como si no tuvieran alma”. Pero Chen zi, no estaba en ese acantilado de Beachy Head donde cada año unas 20 personas se arrojan al vacío.
Como dijo una de sus vecinas “los Puttick vivian entregados en cuerpo y alma a su hijo”.


Tan lacerante es el dolor del alma al perder un hijo que tal vez a veces, no pueda el cuerpo escapar a ese inmenso dolor y enajene la razón.
¡Que historia tan triste para este triste día!, me digo al mirar el cielo plomizo que hoy me acompaña. Y no quiero juzgar, ni siquiera imaginar por imposible, el sufrimiento de esos padres para quienes me hubiera gustado que algo o alguien hubiese, podido mitigar un poco de ese lacerante dolor o mostrarles simplemente un requicio de esperanza. Pero el umbral del dolor al perder un hijo es tan salvaje, tan contra natura que tal vez se necesite creer en la existencia de un Dios que nos permitirá un reencuentro como único camino para la supervivencia serena en la tierra.
El ser humano es enormemente frágil y siempre va a ser vencido por la muerte, salvo tal vez que sea capaz de elevar el amor a la vida (y a Dios para quien crea en él) por encima de su negro horizonte y del dolor.
Toda la violencia gestada en nuestro pequeño mundo…, es posible que tenga su origen en la no aceptación de la muerte como destino final para esta vida breve. Tal vez después de todo, no luchamos, ni zozobramos por los problemas de nuestra vida cotidiana sino que cuando nos afligimos tan desesperadamente por cualquier cosa, lo hacemos por sabernos inevitablemente mortales y faltos en consecuencia de valor para aceptarlo y entonces jugamos como niños a ser Dios en la tierra, sin saber muy bien lo que hacemos, organizando el destino de algunos hombres buenos, incluido el nuestro, cuando la realidad es que la vida eterna, si existe no está en este mundo.
Y al pensarlo de este modo y recordar el final de esa familia inglesa, tengo la certera sensación de que la vida terrenal es un regalo de cristal que nos ha sido entregado para vivirla con amor, esperanza y comprensión, para que el hombre pueda ser en las dificultades y en las alegrias, humildemente compañero del hombre y mejor amigo de sí mismo. Pero somos tan diminutos en esta inmensidad emocional que supone el vivir cada momento difícil, que cada día es un desafío a los miedos que debemos superar. Pero si algunos lo consiguen, será sencillamente por que es posible.

Kazumi y Neil padres de Sam descansad en paz, es seguro que hay un Dios a las puertas del cielo también para vosotros.

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