martes, 15 de marzo de 2011

Nada que ganar. Mucho que perder




Me temblaron las piernas, como hojas caducas de otoño y eso es algo pelín raro en mí. De hecho, no recuerdo ninguna ocasión anterior en la que me sucediese algo así y tengo en mi haber ya, unas cuantas horas navegando por corrientes turbulentas que no sabes cuándo acabarán o donde te llevarán, minutos desgarrados por situaciones de cruel impotencia y cómo no, también acumulo otras tantas horas vuelo de origen surrealista, o tragicómico. Todas ellas ahora revueltas dentro de la misma vieja maleta degastada. Vamos, exactamente igual supongo que cualquiera de mi edad y que haya estado atentamente vivo. Es lo que la mayoría llamamos “experiencia” cuando queremos decir “madurez involuntaria”. Así que pensando en lo que sucedió esa mañana, en principio y en tan escasos minutos, no parece ni valiente ni apropiado que me temblaran las piernas, las mismas que me sostienen cada día en mayores dificultades. Pero lo cierto es que sí lo hicieron, así que de nuevo hoy he vuelto a pensar sobre si el destino está o no en nuestras manos, sintiéndome por otro lado, aliviada y agradecida de que éste, no dependa de nuestras miserables piernas.




Parece ser que todas las decisiones que tomamos pasan primero por nuestro cerebro, incluso aquellos movimientos de nuestro cuerpo que parecen involuntarios lo hacen, así que visto lo visto si esto es así, mejor no dejar que nuestro cerebro acumule polvo porque de ello depende actuar como la ocasión lo requiere, evitando ponernos en situaciones indeseables, incluso cuando eso que llamamos azar se pone cabezón o un punto grotesco. Aunque también hay quien afirma que a toda decisión le precede una emoción. Y yo particularmente me uno intuitivamente a esto último, será por como soy, o por lo que veo. Pero lo creo. Una emoción una decisión.


Como últimamente estoy aprendiendo mucho y muy deprisa del tiempo que empleo paseando a nuestro beagle, narraré esa situación temblorosa a la que me refiero considerando la anécdota en cuestión, una situación de “perros”. Ahora bien, por el cariño que les profeso a todos los canes que conozco, me disculpo con ellos de antemano, porque a menudo su comportamiento canino es más civilizado que el de muchos de los hombres y mujeres que poblamos este desconocido y mal trado mundo.


Ellos los fieles chuchos, no son tecnológicos sino naturales, no pueden sacar cómodamente sus frustraciones personales con la palabra, ni aportar su lógico y más que coherente punto de vista. Llegados a este punto conviene recordar que no todos los perros de la misma raza se comportan igual en todas las situaciones, sobre todo porque a veces ahí estamos nosotros los humanos para confundirlos y que a veces no sepan lo perros que son. Dicho esto paso a contar porqué a esta perra que hoy escribe le temblaron las patitas el pasado sábado.








La anécdota tiene lugar entre una Yorkshire histriónica, un equilibrado Labrador retriever, una clarividente Border Collie y un Rottwiller analfabeto emocional. Es sábado pecador por lo que el Labrador Retriever y la Border Collie se han levantado tarde y perezosos porque el día anterior tuvieron, una estupenda cena celebración con su pandilla de perros (por fin un amigo perro se libera de la cadena que lo unía en agonía económica a otra perra de temperamento peculiar) y tal y como merecía la ocasión, remataron la celebración cantando fados en el Garito de Gareta. Pero como esta alegre manada ya dejo atrás sus años más perros hace tiempo la falta de costumbre les deja a todos hechos unos zorros y claro, no son zorros, sino perros sabuesos de mediana edad y eso pues se nota a la mañana siguiente. Así que lo dicho, El fuerte retriver y la imaginativa collie se levantan cansados y se van al encuentro de otros perros moteros de magestuoso porte (un Gran Danés, un Leonberger y una encantadora Chow Chow), a tomar un café noire de alto riesgo, a la estupenda y recien estrenada cafetería de Ranillas spa club de golf.




A la vuelta del entrañable encuentro, el economista Retriever se acuerda de que tiene que pasar por el cajero y se dirige sin dudarlo a uno cerca de la zona donde viven. Junto a esa entidad bancaria hay un montón de perros de todas las clases tomando el aperitivo en una mañana impresionantemente soleada y tranquila, donde nada hace anticipar lo que va a ocurrir. Razas pequeñas, medianas, grandes y extragrandes todas ociosamente ocupadas olvidándose por un momento de terremotos nipones, crisis mundiales, antentados islamistas o políticos mediocres. El Labrador retriever se dirige apresurado junto con su Collie al cajero en cuestión. Dentro, hay una Yorkshire en vaqueros que se toma su tiempo en consultar lo que parecen las mil y una cuentas del marajá. Está de espaldas y nada en ella merece especial atención. Después de un ratito el Labrador ya no mueve la cola tan alegremente , la collie lo percibe y lo olfatea cariñosa y antes de que le diga ni guao le señala un cartel en el que se informa a los usuarios que el cajero no funciona es decir que está "out of order". El labrador, haciendo honor a su raza le dice que "ni caso, que lo pondrían durante la semana y que seguro se olvidaron de quitarlo el viernes". La Collie lo mira incrédula porque él hace ya unos años que no trabaja en esa oficina y porque la Collie no entiende mucho de oficinas bancarias y carteles olvidados. De hecho cree que cada vez entiende menos de lo que mueve al mundo y más de lo que lo agita.




Pero aún así, se queda intrigada y en silencio moviendo de rabo, preguntándose si su admirado Labrador tendrá o no razón. El Labrador le ladra a la Collie para decirle que la York shire se está tomando su tiempo (un huevo de Mastín Español, de tiempo) y luego se gira y golpea el cristal de la sala del cajero. Después le pregunta a la perra de dentro del cajero, con enérgica voz de Labrador si funciona o no el cajero en cuestión. La Yorkshire que está encerrada dentro bajo siete candados, ni se gira. Pero cuando termina sus asuntos sale ladrando histriónicamente y acusando de vaya usted a saber que guaus al tranquilo Labrador, poniendo en su boca guaus que no son suyos. Por supuesto al macho Labrador no le hace gracia que le ladren sonoramente en la jeta y la collie tratando de suavizar la situación, le dice a la Yorkshire que "mire el cartelito y verá como lo que le han preguntado es simplemente si el dichoso cajero funcionaba". Pero a esa perra vaquera le importa un bledo el cartel y la madre de quién lo hizo, así que la Colli decide pasar enseguida de esa petarda. Todo ese show imporvisado llama la atención de los perros que hay en las mesas de los bares cercanos que sin embargo, apartan sumisamente la mirada cuando de repente, de una de esas mesas cercanas, se levanta un Rottwailer aceituno, que cuando llega a donde están los otros tres perros, tiene esa posición de ataque propia de la raza.Va embutido en una camiseta blanca que debería haber sido negra y con la bandera pirata pintada con al sangre de su última comida. Se abre paso de golpe por delante de la Border Colli sin permiso, hasta llegar al Labrador y entonces empieza a ladrar descompuesto y a gruñir, enseñando la envergadura de sus colmillos, defendiendo (no se sabe de que) a su delicada Yorkshire, que por supuesto sigue ladra que te ladra. El Rotwaller tiene las patas delanteras forzadamente atrás y el enorme pecho adelantado y por supuesto no lleva bozal ni correa que lo controle. El Labrador contrarresta con un ladrido seco la situación, pero el rabo de todos está tenso y la Colli mirando a su Retriever le mira para decirle “recuerda lo que pienso respecto a estas situaciones” Son lo que la pobre perra llama situaciones almodovianas ( Esas de las cuales has oído que existen pero que por surrealistas no te las crees ni cuando las vives y buscas una cámara oculta como si se tratase de una broma de mal gusto).



La Colli se dirige al Rotwailler mirándole directamente a los ojos (y ¡ups! también involuntariamente a la cicatriz que atraviesa su rostro) y le dice con todo el autocontrol del que es capaz que nadie se está metiendo con su perra, que simplemente le han preguntado si funcionaba el cajero y le señala el cartel. Cuando el Rodwailler y la Yorkshire, se cansan de ladrar se dirigen echando vaho por la boca, a la mesa donde un cachorrito de no más de ocho años les espera con los ojos muy abiertos. La Colli se queda con las ganas de decirle al Rotwailler que su histríonica York no necesita quien le ladre, que se vale solita para defenderse incluso de lo que no existe y que más le valdría guardar sus colmillos para defenderla de él mismo cuando vayan de vuelta a su perrera. Pero por supuesto no la hace y se muerde la lengua hasta hacerse sangre.



Cuando finalmente están dentro del coche, la Collie le confiesa a su Labrador que por unos segundos ha temido que la situación acabase como esas decenas de historias que sacan en los periódicos, donde las gente pierde la vida de un navajazo o un empujón por motivos absurdos, en manos de un miserable, y que tal noticia hubiese llevado el nombre de su Labrador. Le tiemblan las patas al recordarlo, mucho. Su olfato no suele fallarle y en cuanto tuvo a la York shire delante supo que esa perra era cruce de cabra. La Collie le dice al labrador que de haber estado sola, no se hubiese molestado siquiera en contestarle, se hubiera dejado olisquear y después se hubiera largado no sin antes tirarse una ventosidad perruna, considerándose así más inteligente que valiente pero viva. El labrador asiente, porque él como ella, también lo sabe, que siempre tiene más que perder un cuerdo que un loco.
Hay muchos Rotwailler que pasean sin bozal por el mundo, la mayoría no ataca nunca y si un día lo hacen, es posible incluso que los sacrifiquen. Pero ni siquiera eso, le devolvería jamás la vida a su presa.
“Tu, eres un Labrador, él es un Rotwailer, no te corresponde a ti cambiar el comportamiento de su raza”. Es es lo que le dice la Colli a su adorado Retriever entre firmes guaus y después le confiesa que todavía le tiemblan las patas y le hace prometer que no olvidará nunca lo que acaba de decirle, y por si acaso se lo repite “No te corresponde a ti cambiar su raza, de hecho, será un Rotwallier hasta el día de muerte cuando tal vez otro como él decida su destino” .Y es que nunca antes había temido por la vida de su compañero. Y eso, le había hecho temblar las piernas más que el día que debió temer por su propia vida.

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