domingo, 19 de abril de 2009

Carmen Montoro Cavero

A veces, cuando pienso en todo lo que desconozco, me pregunto cómo habría sido mi vida sin todos los libros que me han acompañado tan silenciosamente.
De qué habrían estado forjados mis pensamientos más íntimos, sin el conocimiento vivaz de otros, mucho más pausados a veces, más impetuosos otras pero sobre todo y a menudo, más sabios que los míos.
A los libros y a sus autores, les debo mucho. Han estado acompañándome fielmente cuando más los necesitaba y han ido variando su contenido sin prejuicios, según mi propio cambio personal, siendo muy pocas las veces que me han decepcionado. Incluso aquellos libros cuyas páginas prometían y luego resultaron no ser lo que esperaba, (¿no nos pasa esto también con algunas personas?) estuvieron cerca de mí supongo por alguna razón, la misma que probablemente me llevo a dejarlos, casi siempre en la mitad, comprendiendo así, que incluso lo que se abandona regresa de vez en cuando a la memoria.
Con la lectura me he ido escapando de esos días pesados donde la quietud deseada se tornaba sorpresivamente impertinente cuando la tenía entre mis brazos o esos otros, donde los acontecimientos vividos secuestraban el silencio que tan necesario me era a veces.
Con magníficos libros que no debería haber olvidado, aprendí a confrontar ideas diferentes a las mías, hallé preguntas que nunca me había planteado y me topé con respuestas intuidas. Con ellos, calmé dolores no expresados y abrí la puerta a la ilusión de los días todavía por venir. A través de muchas de sus páginas, viajé más allá de mis propias creencias, en muchas ocasiones aun por construir, y me emocioné con vidas especiales que nunca serán mías. Recorrí lugares jamás visitados e imposibles de imaginar por mi inexperiencia y encontré la belleza en su estado más puro. Los libros trasformaron a menudo un día un tanto gris en una noche de apacible luna. Y devoré cuantas líneas fui capaz antes de que Morfeo llegase por fin a anestesiar mi voluntad.
Aunque ha pasado mucho tiempo desde que abrí curiosa la primera página de un libro, aun puedo recordar que amé la lectura, casi al mismo tiempo que descubría a mi primer amor y de la misma sutil manera que evitas al chico que te niega, sufrí leyendo libros obligados que no me interesaban, durante los años escolares. He pasado apacibles horas entre libros de muy variada índole y la mayoría de las veces el criterio de selección fue emocional, lo confieso. Tal vez debería haber invertido mejor mí tiempo, apuntado más alto, optado solo por un criterio intelectual. Quién sabe. Pero todos aquellos autores cuyos nombres tiendo torpemente a olvidar, tenían algo que decir y yo estuve allí tratando de comprender lo que contaban. Libremente. Pues así es como me he manejado con la literatura. Sin mas cadenas que las propias, sin modas, sin estereotipos. Un título, una sinopsis, una portada, una delicada encuadernación, unas líneas degustadas apresuradamente en una librería pueden sin saber porqué atraparme. Cuando acabo el libro es cuando suelo entenderlo, el flechazo, digo y durante unos segundos me lleno de silenciosa gratitud hacia el autor y su casi siempre fabuloso trabajo.
Entonces dudo, ¿Y si fuera el libro el que me elije a mí?. Y en este punto, nunca consigo una respuesta que me resulte convincente.
No siempre acierto en lo que elijo como lectora y no todo es exquisito en el más puro sentido literario. No me importa. A cada libro lo he buscado por una razón distinta. Y la única condición como he dicho, es que fuera capaz de provocarme una alteración del ánimo, intensa y pasajera, agradable o penosa, que fuese acompañada de cierta alteración somática tal y como dice el Real diccionario de la lengua para definir emoción. A partir de ahí estaba dispuesta a continuar fielmente su lectura, a dejarme guiar, entretener o incluso convencer. Quisiera haber podido retener mucho más en mi memoria de cuanto he leído, quisiera haber podido acercarme más al autor o a su biografía pero pocas veces ha sido así, tal vez por demasiado ruido interior o quizás por que el mensaje que encerraba en sus líneas, sí que se quedó de un modo más sutil conmigo. Tal vez por que solo retenemos lo que estamos dispuestos a recibir. Los ha habido de muchos tipos, como las personas que he ido conociendo a lo largo de la vida, interesantes, divertidos, dinámicos, instructivos, aburridos, incluso ilegibles pese a tener la tinta bien impresa y prometer mucho.
Por eso, cuando tengo la ocasión de tener un libro que me llega por sorpresa y casi siempre con cariño, lo tomo con cuidado mientras me pregunto cual será la emoción que me provoque y si cuando lo termine sentiré o no ese negro pesar de lo que acaba demasiado pronto.
El libro se abre entonces ante mí para darse a conocer y yo deseo que de la primera a la última página me atrape fuertemente y no me suelte…



Así es como “La vidriera irrespetuosa” de Carmen Montoro vino a mi encuentro.



O eso creo, que fue “La vidriera” la que me encontró a mí a través del mejor embajador posible, un muchacho joven e inteligente muy cercano a su autora.
Comencé entonces su lectura con el mismo afecto con que me había sido regalado y el escepticismo propio de estas situaciones y me dispuse a averiguar cual sería la emoción que me tenía preparada. Lo leí de un tirón. Eso significa que le dediqué encantada todo el tiempo del que dispuse y aún más, hasta que lo terminé.
Carmen Montoro es una malagueña, escritora de vocación. Esto, lo de escritora, viene señalado después de su profesión actual en la contraportada de su libro, donde además se descubre que esta es su primera obra. En mi opinión, Carmen debería haber escrito primero que es escritora y solo después haber añadido la segunda condición. Si uno presiente una vocación no puede sino serlo y aunque este sea el primer libro de Carmen, estoy segura que el noviazgo con la escritura ha sido tempranero y continuado en el tiempo. Lo intuyo por que la “Vidriera irrespetuosa” desde mi punto de vista como lectora es una libro rotundo. Me refiero que tiene todos los ingredientes posibles para que merezca ser tenido en cuenta por cualquier lector ávido de buenas historias.
La “vidriera irrespetuosa” es una novela muy bien estructurada, o a mi me lo parece, donde los personajes entrelazan sus vidas con pinceladas leves sobre ese lienzo enorme que es Argentina y en ocasiones importantes, ir a encontrarse con otros personajes cuyas vidas quedan fuertemente enlazadas por el amor o la amistad, probablemente con la cercanía y el desgarro de la letra de un tango.

“Francesca tuvo el presentimiento de que no debía haber hablado de su hermano, pero ya era tarde.
Giacoma supo enseguida que su plan estaba surtiendo efecto, porque Fabrizio la seguía por donde iba y pasaba mucho tiempo apostado cerca de su casa”

La autora sitúa y conecta la acción en tres países bien diferentes (Italia, España y Argentina) pero parejos.
Ha terminado la Primera Guerra Mundial y la joven América es el destino que se presenta para muchos europeos como un espejismo capaz de desvestir la miseria cotidiana y transmutarla en algo que se puede abandonar para siempre en la bodega de un barco de vapor para ser quemada tal vez junto al carbón que lo impulsa antes de empezar de nuevo.

“Yo era el elegido de la familia. No sé por qué. No era el mayor que heredaría la casa y tenía la obligación de cuidar de nuestros padres. Tampoco era de los pequeños que aun andaban pegados a la falda de mi madre. –Ramón, creo que tu podrías ir a América- dijo mi padre una noche mientras cenábamos en la cocina pan de centeno migado en vino.”

Una frase que se deja caer entre lo cotidiano, en la rutina pobre y gris de un día cualquiera de aquella España emigrada, unas palabras en familia que sin embargo dirigen la vida de Ramón lejos de ella, hacia Buenos Aires. Todo lo que ha de acontecer a partir de aquel instante cambiará la vida de este gallego y su vocabulario.
Criollos, otarios, malevos, milongas, discurrirán por la nueva vida de Ramón, y su quehacer diario se irá sutilmente entrelazando con la dureza de otras vidas difíciles como las de Manuela y Mario. De la mano de estos personajes descubriremos fortalezas y debilidades, de aquella época, viajando así en el tiempo hacia una Argentina miserable a la par que grandiosa. A lo largo de su capítulos nos mantendremos irremediablemente atentos a los misterios y penalidades que rodean los jóvenes años de Ramón y podremos conocer de una forma interesante, la peculiar sociedad Argentina de aquel tiempo.
La vidriera irrespetuosa te engancha. Te provoca emociones. Por el estilo ágil de su narración, por su vocabulario preciso, pero sobre todo por él interés que despierta su historia. Ramón es además de un personaje bien construido, un superviviente del mandato paterno y su lugar de nacimiento en la familia, pero también de las duras circunstancias que le acontecen, de las amenazas de los barrios bajos y de los secretos de la burguesía. Alguien a quien acompañar para desvelar la intriga de un misterio.
Me ha gustado mucho la “Vidriera irrespetuosa” de Carmen Montoro, lo suficiente para ponerla como escritora favorita y esperar con ganas su próxima publicación. Por que alguien que ha hecho tan buen trabajo seguro que lo continua. Si eres fiel lector de este blog y me has seguido hasta aquí, no puedes detenerte en este punto. Sigue y no te detengas hasta conseguir un ejemplar de “La vidriera irrespetuosa” de Nuevos Editores. Te gustará.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bueno: no lo dudo. Te contrato como representante y relaciones públicas.
Hasta a mí me han dado ganas de volverla a leer.
Muchos besos,

Carmen.

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