Creo recordar que en ese tiempo yo tenía 38 años, el pelo ralo, y una barriga prominente, pero también un pasado imperfecto y un futuro incierto.
Desde entonces y después de un buen número de lunas, me gusta pensar que fui yo quien saltó de aquel barco a la deriva, que nadie, ni siquiera aquel cabrón, me empujo ese día por la popa y me lanzó sin cavilación al profundo océano que me recogió. Recuerdo también, que mientras trataba de salir a flote y en un estado de inconmensurable desesperación llegaban a mi memoria las líneas de consuelo que hallé en alguna de mis últimas lecturas.
“Aquel océano de dolor y desencanto se mostraría sin embargo, en sus profundidades con más luces que sombras. Halos de esperanza en su corriente marítima, disfrazados de minuto próximo, que me permitirían pese al deseo contrario de algunos, salir de nuevo a flote en dirección a esa luz, que me mostraba una segunda oportunidad”.
En alta mar, lejos de mi gente y de lo que había sido mi vida de escribano, es como me encontraba ese veinticuatro de Diciembre. A solo 30 millas del puerto al que necesitaba llegar para amarrar mi vida de nuevo.
Sentado en la popa de aquella vieja nave pensé que me bastaría con dejarme mecer por el canto de cualquier sirena que pusiese delante de mí una buena copa con la que brindar aquella tarde aciaga.
Desconocía que aquél día, se mostraría sarcástico bajo la apariencia de una tormenta de leve marejada, y fue por eso y no por otra cosa que bajé tambaleándome las escaleras de ese viejo galeón por última vez, y sin despedirme de quienes lo gobernaban les dije así, adiós para siempre. Dibujé, inevitablemente y sin ser consciente de ello, una nueva ruta marítima, lejos de los arrecifes y los piratas de noches oscuras. Una ruta que partiría desde mi propio personaje y me llevaría hasta donde me encuentro ahora, navegando de nuevo perdido entre miles de documentos en internet. Pero, ¿Quién podía saberlo?...
Este podía haber sido supongo el testimonio resumen de la ruta que recorrí aquellos meses, y que no llegó a un año. Desconozco las razones de que únicamente se narre en la novela mi primera tragedia, pero ya anticipo y reconozco aun considerándome un hombre enérgico, que durante ese tiempo en que imagine mi salvación eterna pude sentirme fuerte y frágil, libre y prisionero de un pasado que se empeñaba en regresar y al que yo quería definitivamente superar. Vencer sin olvidar, ese era mi lema. Pues ella, la mujer que me esclavizó y me hizo desear la muerte, era con total convencimiento, demasiado para mí.
Solía pensar que el dolor, como la alegría, se forja en nuestra piel, como los aros del tiempo en el tronco de los árboles ancianos que entregan su vida para hacer barcos desde donde saltar gente como yo. Perdedores afligidos antes de haber empezado a luchar en una causa propia, hombres sin ancla que creen ahogar sus penas en alcohol para no ahogarse ellos en cualquier charco nimio de un remoto lugar del mundo.
Así fue como estas memorias fueron llegando al teclado del ordenador que las escribió y que en su clic clap serenó mi alma para hacer del sinsentido de la situación algo tal vez hermoso. Suena rara esa palabra en la boca de un hombre. Más cuando yo entonces, apenas sabía nada de la fragilidad de la belleza, pues de ella conocía solo su insustituible poder de seducción y no perdía demasiado tiempo en analizar lo que tenía que perder, si al fin y al cabo no me había sido dado nunca como algo permanente.
Un conjunto pues, de líneas inexpertas que mi creador se empeñó en agrupar de este modo para que basándose en mi arriesgada vida amorosa, pudieran dar forma a una supuesta novela. Pero ¿puede haber interés en una novela acerca de un hombre corriente y triste como yo, siempre metido en azarosos líos de faldas?
Esta, no nos engañemos, nació para narrar la historia de una vida sin estridencias, dibujada sobre el intenso azul del mar, que captó los momentos más íntimos de un viaje hacia ese futuro incierto y que ahora ya lo ves, es como ese viejo barco anclado en el puerto de un pasado.
“Aquel océano de dolor y desencanto se mostraría sin embargo, en sus profundidades con más luces que sombras. Halos de esperanza en su corriente marítima, disfrazados de minuto próximo, que me permitirían pese al deseo contrario de algunos, salir de nuevo a flote en dirección a esa luz, que me mostraba una segunda oportunidad”.
En alta mar, lejos de mi gente y de lo que había sido mi vida de escribano, es como me encontraba ese veinticuatro de Diciembre. A solo 30 millas del puerto al que necesitaba llegar para amarrar mi vida de nuevo.
Sentado en la popa de aquella vieja nave pensé que me bastaría con dejarme mecer por el canto de cualquier sirena que pusiese delante de mí una buena copa con la que brindar aquella tarde aciaga.
Desconocía que aquél día, se mostraría sarcástico bajo la apariencia de una tormenta de leve marejada, y fue por eso y no por otra cosa que bajé tambaleándome las escaleras de ese viejo galeón por última vez, y sin despedirme de quienes lo gobernaban les dije así, adiós para siempre. Dibujé, inevitablemente y sin ser consciente de ello, una nueva ruta marítima, lejos de los arrecifes y los piratas de noches oscuras. Una ruta que partiría desde mi propio personaje y me llevaría hasta donde me encuentro ahora, navegando de nuevo perdido entre miles de documentos en internet. Pero, ¿Quién podía saberlo?...
Este podía haber sido supongo el testimonio resumen de la ruta que recorrí aquellos meses, y que no llegó a un año. Desconozco las razones de que únicamente se narre en la novela mi primera tragedia, pero ya anticipo y reconozco aun considerándome un hombre enérgico, que durante ese tiempo en que imagine mi salvación eterna pude sentirme fuerte y frágil, libre y prisionero de un pasado que se empeñaba en regresar y al que yo quería definitivamente superar. Vencer sin olvidar, ese era mi lema. Pues ella, la mujer que me esclavizó y me hizo desear la muerte, era con total convencimiento, demasiado para mí.
Solía pensar que el dolor, como la alegría, se forja en nuestra piel, como los aros del tiempo en el tronco de los árboles ancianos que entregan su vida para hacer barcos desde donde saltar gente como yo. Perdedores afligidos antes de haber empezado a luchar en una causa propia, hombres sin ancla que creen ahogar sus penas en alcohol para no ahogarse ellos en cualquier charco nimio de un remoto lugar del mundo.
Así fue como estas memorias fueron llegando al teclado del ordenador que las escribió y que en su clic clap serenó mi alma para hacer del sinsentido de la situación algo tal vez hermoso. Suena rara esa palabra en la boca de un hombre. Más cuando yo entonces, apenas sabía nada de la fragilidad de la belleza, pues de ella conocía solo su insustituible poder de seducción y no perdía demasiado tiempo en analizar lo que tenía que perder, si al fin y al cabo no me había sido dado nunca como algo permanente.
Un conjunto pues, de líneas inexpertas que mi creador se empeñó en agrupar de este modo para que basándose en mi arriesgada vida amorosa, pudieran dar forma a una supuesta novela. Pero ¿puede haber interés en una novela acerca de un hombre corriente y triste como yo, siempre metido en azarosos líos de faldas?
Esta, no nos engañemos, nació para narrar la historia de una vida sin estridencias, dibujada sobre el intenso azul del mar, que captó los momentos más íntimos de un viaje hacia ese futuro incierto y que ahora ya lo ves, es como ese viejo barco anclado en el puerto de un pasado.
Soy un personaje inventado y materializado con la pluma fiel de algún escritor idealista y enamoradizo, tal vez italiano, o portugués, puede que español y he saltado de la novela a la realidad sin saber porqué y ahora muy a mi pesar, voy sin rumbo claro buscando a mi creador.
Después de haber vivido todas esas historias fracasadas y sarcásticas que él inventó para mí, quiero convencerle de que me haga aparecer en la novela, de un modo mucho más interesante, mucho más inconsciente y primario, menos reflexivo. No porque él sea un mal escritor, que seguro que no lo es, sino porque yo resulto ser un personaje demasiado claro y previsible y de ese insignificante modo, me pierdo en el anonimato de mi propia historia, porque he observado que nadie, excepto tal vez tu, se detiene a aprender mi nombre, siendo como soy sin embargo el protagonista indiscutible de la historia más triste jamás contada.
Por eso quiero que el autor revise los bocetos que mandó dibujar, donde aparezco con un aspecto tan poco agraciado y que sobre todas las cosas, aleje de mí el aburrimiento de un personaje que parece creado para ser colocado entre las sombras de un cuadro costumbrista del siglo pasado, donde son los otros los que se comen la hogaza más esponjosa.
Porque yo, recuérdenlo, soy José Pérez García, licenciado de la vida. Soy de este siglo, y mi personaje bien merece ser tratado de un modo mucho más actual. Por eso y no por otra razón quiero que el autor me dote de la frialdad de los carceleros que he conocido y de la elocuencia de los mentirosos, que me haga subir a diligencias que nunca se detengan donde se supone y me permita golpear hasta sangrar, hijos de puta que como yo, coleccionan éxitos y mujeres que son de otros. Porque yo, José, no soy un perdedor y tampoco un escribano idiota.
Podría ser todo lo que imagino, te lo aseguro. Han hecho de mí un navegante insulso, sin rasmia pero si me dieran la oportunidad, podría ser mucho más que un polizón de barco que cuenta barriles de ron y con cuyo contenido aumenta su barriga para al cabo de unos pocos capítulos ser con una patada en el culo lanzado, al mar.
Sobre las razones que concurrieron para hacer de mí un personaje novelado no creo que llegue a comprenderlas nunca pues es lo que tienen los personajes de ficción, que no están hechos para la comprensión sobre sí mismos.
No pierdo sin embargo la esperanza de encontrar un día al hombre o mujer que me inventó haciéndome parecer tan real, que ahora yo mismo me hallo en tamaña confusión.
De ahí estas líneas apresuradas lanzadas en la red por si alguno de ustedes puede encontrar a mi escritor y llevarle este mensaje garabateado sobre un ennegrecido y sucio barril de ron solo unos instantes antes, de ser arrojado al mar por segunda vez, para desayuno y alegría esta vez, de los tiburones blancos.
Después de haber vivido todas esas historias fracasadas y sarcásticas que él inventó para mí, quiero convencerle de que me haga aparecer en la novela, de un modo mucho más interesante, mucho más inconsciente y primario, menos reflexivo. No porque él sea un mal escritor, que seguro que no lo es, sino porque yo resulto ser un personaje demasiado claro y previsible y de ese insignificante modo, me pierdo en el anonimato de mi propia historia, porque he observado que nadie, excepto tal vez tu, se detiene a aprender mi nombre, siendo como soy sin embargo el protagonista indiscutible de la historia más triste jamás contada.
Por eso quiero que el autor revise los bocetos que mandó dibujar, donde aparezco con un aspecto tan poco agraciado y que sobre todas las cosas, aleje de mí el aburrimiento de un personaje que parece creado para ser colocado entre las sombras de un cuadro costumbrista del siglo pasado, donde son los otros los que se comen la hogaza más esponjosa.
Porque yo, recuérdenlo, soy José Pérez García, licenciado de la vida. Soy de este siglo, y mi personaje bien merece ser tratado de un modo mucho más actual. Por eso y no por otra razón quiero que el autor me dote de la frialdad de los carceleros que he conocido y de la elocuencia de los mentirosos, que me haga subir a diligencias que nunca se detengan donde se supone y me permita golpear hasta sangrar, hijos de puta que como yo, coleccionan éxitos y mujeres que son de otros. Porque yo, José, no soy un perdedor y tampoco un escribano idiota.
Podría ser todo lo que imagino, te lo aseguro. Han hecho de mí un navegante insulso, sin rasmia pero si me dieran la oportunidad, podría ser mucho más que un polizón de barco que cuenta barriles de ron y con cuyo contenido aumenta su barriga para al cabo de unos pocos capítulos ser con una patada en el culo lanzado, al mar.
Sobre las razones que concurrieron para hacer de mí un personaje novelado no creo que llegue a comprenderlas nunca pues es lo que tienen los personajes de ficción, que no están hechos para la comprensión sobre sí mismos.
No pierdo sin embargo la esperanza de encontrar un día al hombre o mujer que me inventó haciéndome parecer tan real, que ahora yo mismo me hallo en tamaña confusión.
De ahí estas líneas apresuradas lanzadas en la red por si alguno de ustedes puede encontrar a mi escritor y llevarle este mensaje garabateado sobre un ennegrecido y sucio barril de ron solo unos instantes antes, de ser arrojado al mar por segunda vez, para desayuno y alegría esta vez, de los tiburones blancos.
Si se topan con él en alguna cantina, díganle que bien pude haber encontrado a la mujer de mi vida, y no por ello dejar de vivir aventuras que merezcan unas cuantas líneas de importancia en su relato, porque ya estoy un poco arto de que me persigan maridos o amantes engañados y tenga en consecuencia que embarcar una y otra vez en navíos que nunca sé donde amarrarán. Aunque reconozco que bien mereció la pena conocerlas a todas, y le doy las gracias por ello, debió permitirme estar a la altura de la más interesante de todas las mujeres, Doña Alicia de Ventura, por quien ahora me encuentro en esta situación. Ni vivo, ni muerto. He dicho.
José Perez García, licenciado ya para siempre de su vida.
José Perez García, licenciado ya para siempre de su vida.
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