martes, 6 de septiembre de 2011

S E P T I E M B R E

Fue primero septiembre un olor; intenso, seco, inocente, que perfumaba el viento al jugar con las limpias hojas de los libros nuevos y me traía su aroma a tinta impresa y al pegamento que las unía levemente al lomo . Sí, septiembre olía entonces a plástico de forro y celo, a la goma negra de los zapatos y a la que borraría mis futuros errores escolares. Aquel desgastado septiembre es el que amarillea ahora en la memoria frágil de mí historia niña.

Mudó raudo septiembre su tierna piel tostada por agosto y fue sobre todo sonido, melodía de melena lacia, con acordes de ranchera, pasodoble y rock and roll, que se acompañaba de silencios rotos por la pólvora, por el silbido amenazante de los correcaminos y su eco en las calles del pueblo. Y sus días, fueron principalmente siete, pisados con fuerza por la pezuña de morlacos embolados mientras quedaban sellados por las ruedas de remolques ociosos sosteniendo el griterío del gentío. Aquellos septiembre, fueron para mi, mañanas frescas, que tempranas se sucedían hasta llegar a la puerta del colegio y traían consigo el tic tac, tic tac, que señalaba la hora punta para dejar caer después su ring más impertinente y perezoso. Septiembre sonaba joven, a la cálida voz de los amigos, al reencuentro, sonaba franco, a carcajada y a voz docente.

Septiembre se fue y regresó cambiado. Tan tristemente cambiado a veces, que al cabo de un puñado de viajes se tornó aburridamente esperado, sensitivo y el tiempo más tormentoso se apropio de su poder sencillo y me ahogaba llevándome consigo. Aquellos septiembres tristes me amordazaban, me ninguneaban y me enseñaban sus dientes de depredador silencioso, cobarde, sus garras salvajes y su nauseabundo miope aspecto familiar. Y su sonido fue entonces llanto silencioso y solitario durante demasiado tiempo, su sabor amargo y su olor sanguíneo.

Ahora de nuevo ha regresado septiembre, con una luz intensa y me mira de frente sin odio, sin rencor y sin olvido. Y yo, le siento inmensamente blanco, fiel, y extrañamente mágico… tan mágico que me imagino de nuevo contigo de la mano, paseando ahora por otros caminos abiertos entre pinos espesos que frondosamente añaden sombra a un mes soleado de días amables, rutinarios, llenos de horas donde escribir en negro las primeras líneas mi año próximo. Porque a pesar de que soy propiedad indiscutible de enero, es septiembre el que por alguna razón se cita cada año con mi alma, la examina, la conmueve, la agita y la obliga una y otra vez a llorar sus pesares, a perseguir sus sueños o a agradecer la vida.

Septiembre, de nuevo estás aquí y aquí estoy yo también esperándote, menos inocente, menos ingenua, menos doliente y mucho más serena porque sobre mí pasan los septiembres y octubres y noviembres… que acumulan vida, ausencias, rupturas y me restan días…No, mi calendario no es en absoluto perpetuo como lo es el tuyo, pero está lleno de números y casillas con sorpresa, dispuestas tal vez en un desorden tremendamente ordenado y creado con la inocente ambición de no dejarme nunca indiferente y aprovechar los días como merecen.

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