jueves, 13 de mayo de 2010

En busca de la voz y la palabra




“Una mujer joven absorta en su silencio, mira por la ventanilla de un tren de alta velocidad, sus grandes ojos negros parecen húmedos pero esto podría ser un simple efecto del cristal. El pelo, castaño oscuro, está recogido en un estudiado moño del que sobresalen disparados algunos mechones más cortos. En la mano derecha sostiene una de esas antiguas memorias USB, mientras su dedo pulgar se desliza una y otra vez por ella, como intentando adivinar su contenido. En la otra mano, lleva algo parecido a un antiguo tamagochi.
El tren parte de una gran estación al norte del país, la mujer lleva consigo un maletín que apoya sobre la repisa de su asiento, en la parte de fuera aparecen bordadas unas iniciales. Ss.Pp.Tiene pinta de escritora o pintora, incluso con ese punto nada convencional lo parece. A veces, la mujer aparta la mirada del exterior y parece que quisiera levantarse. El teléfono móvil suena varias veces en poco tiempo, pero ella no contesta, es como si no oyese en absoluto porque algún pensamiento de verdad importante e íntimo estuviese secuestrado su atención en este momento.
El tren se dispone a iniciar ya su partida en el mismo instante en que la mujer coge su maletín. Se diría que desea apearse para quedarse en esa estación de grandes placas blancas y arquitectónicas lineas rectas, un imponente edificio adosado a otra estación todavía más antigua, más diminuta y relegada a su derecha. Juntas de ese modo producen efecto óptico curioso como el de un discreto y parco abalorio que pende de otro de mayor importancia.
Pero la pasajera ni siquiera se levanta del asiento asignado, lo que hace en realidad es abrir ese maletín y sacar un lector de libros, uno de esos e-book, al que conecta la manoseada memoria usb, mientras piensa que todavía puede regresar, que no tiene porque volver atrás.
Pero no, ya no puede, porque sus inquietos ojos negros han quedado ya enganchados en la primera línea del documento y ahora es inevitable que siga leyendo y descubra supongo, quien fue su madre aquel año, cuando ella apenas contaba nueve años de edad y estaba en su propio mundo, lejos de la contaminación adulta”



Niña buena mujer mala, hoy es el primer día del resto de mi exilio…

He petado, como una hermosa e insignificante burbuja formada sobre el río de la vida. Mi mensaje es claro ahora, no quiero más de esta poción cocida a fuego lento, en una llama que nació con la pretensión de ser eterna en un lugar finito aquí en la tierra.
Puedo haber perdido pedazos importantes de mi misma en esta guerra fratricida y sin sentido, iniciada en un tiempo y en un lugar que ni recuerdo, puedo haber reconocido la derrota en ese campo de batalla, pero no soy quien para decidir perder mi propia vida.
Porque si algo soy, es un ser de equilibrio y mesura que busca ser habitado en su propia verdad y si la presión indecente puede sobre mi necesidad de armonía, me agoto, me autolesiono soportando lo que no debería y voy cayendo hacia un vacío que se alimenta de almas desesperadas que huyen de un cuerpo fracturado.
Juro que nadie tiene por misión vivir arrodillado ante otro ser humano.
¿Cuál es mi misión en este mundo? Me repito como si de un absurdo mantra se tratara. Como si en el hallazgo de esta respuesta imposible estuviese el fin este sin vivir.
Me mintieron, cuando me hablaron de un seudo Dios al que debía respeto y obediencia pasase lo que pasase. Me mintieron cuando me hicieron creer que llevaba mi sangre y no me señalaron la mutación de su alma. No dijeron la verdad cuando lo erigieron en un ser altamente inteligente. Erraron enormemente cuando no me permitieron encararle en sus falacias. ¿Qué extraña forma fue esa de protegerme?
Todas las líneas de su oscura historia se iban emborronando junto con las mías, mucho más estúpidas e ingenuas, conforme las releía ahora desde mi punto de vista adulto, maduro y libre, mis lágrimas las hacían desaparecer. Después de esa nueva lectura, de esa revisión sobre mi propia vida ya no me fue posible seguir viviendo en esa piadosa mentira colectiva.
Debió de ser cuando el dolor se hizo lo suficientemente insoportable cuando saqué por fin el valor necesario para asomarme a su extraño jardín, ese jardín del que habíamos oído hablar desde que éramos niños como de un lugar mágico cuyas especies rebrotaban una y otra vez pese a todas las plagas que llegaban, un lugar que nos había sido dicho, sería refugio y fortaleza a cambio de veneración y sumisión. Antes por supuesto de saber, que cualquiera es absolutamente prescindible. Cuando ese frágil momento de clarividencia llegó y me encaramé a su jardín sin el consentimiento del resto de la familia, vi todo el espanto posible. Pero también percibí sin piedad alguna mi propia estupidez. Su enorme vacío y mi culpable estupidez.
Tal jardín no existía, solo quedaban restos de alguna planta que en su momento debió ser algo, pero no observé ningún brote nuevo, ningún atisbo que pudiese llevarme a otra conclusión. Todo estaba estudiadamente descuidado, con aspecto abrasado, como si lo hubiesen rociado a conciencia con el Vodka más eficaz, el de mayor graduación y le hubiesen prendido fuego después, mientras el resto dormíamos como en un sueño que se cita cada noche con sus propias pesadillas. Todas nuestras creencias ardieron en ese momento impunemente con la facilidad con que arden los rastrojos, por esta seca tierra. No había nada en ese mal llamado paraíso al que tan ciegamente habíamos adorado. Nada. Un vacio capaz de ocultar la verdad era la impía semilla del mal que nos aquejaba. Antes de bajarme de aquella escalera de cristal ácido a la que me subí en un desacato a la autoridad que me engendró, pero en un momento sin embargo lúcido de respeto conmigo misma, sobrevolé varías veces con mis ojos ese terreno baldío tratando de dibujarme un espejismo que me eximiese de la responsabilidad que se me avecinaba pero no encontré nada, nada a excepción de de grama y mucha mala hierba.
No fue su estado fantasmagórico, ni el hedor que destilaba aquel terreno hostil, no fue la ausencia de luz natural, ni las trampas para ratoncitos sembradas por doquier en los perfiles del terreno que colindaban con los nuestros, lo que más me asustó. Lo que en realidad me paralizó en ese momento y me desarmó, fue saber que nunca nadie de quienes debían conocer la verdad, incluso por su propio bien, me creerían, porque después de todo lo habíamos llamado hermano, toda nuestra vida.
Había vivido lo suficiente para saber que son muchas las personas se eximen así mismas de los problemas que les corresponde afrontar, haciéndote creer, que el problema que planteas es tuyo, por haberte asomado donde no debías, y que en cualquier caso lo que te mueve a no ver nada es tu propio vacío. “Es tu jardín el que está descuidado y sucio, deja en paz el jardín de tu hermano”. Y eso habría sido sin duda lo más fácil, continuar como siempre, en la siembra de mis propias especies (aunque en tamaño engaño nunca hubiese llegado a saber de cuales se trataba), digo, sino fuera porque había descubierto que después de haber sido sembradas, cuidadas, y recolectadas, no iban a ningún mercado, sino que acababan siendo rociadas y quemadas con grandes dosis de alcohol, de una forma clandestina y cobarde y arrojadas sus cenizas a la opinión pública, haciéndonos pasar a nosotros por pirómanos.
Pero en algún momento superé supongo aquel miedo a la soledad que podría conllevar mostrar lo que debía y como un desgastado y repelente Pepito Grillo, denuncié públicamente la situación ante el resto de la familia: “Es posible que en su día existiese tal paraíso” les dije proporcionándoles así una consecuencia menos dolorosa, “pero ahora ya no queda nada, no tiene sentido el esfuerzo que hacemos sino encontramos un lugar adecuado para nuestra recolección, su jardín es pura mentira, solo un terreno baldío. ¿A dónde va el esfuerzo de nuestro trabajo, cuál es su sentido?” Eso es, creo, lo que dije mientras luchaba internamente por no volver a llorar delante de todos ellos, los demás hombres de mi infancia y respetar la promesa que un día me hice a mí misma.
Después de aquella revelación siguieron sin escucharme ni hacer caso a sus propias señales, porque habían sido perfectamente programados para trabajar en su pedazo de tierra sin preguntarse por el sentido que eso tenía, o si al fin y al cabo todos nuestros jardines colindantes no deberían ser un único jardín, bien atendido por todos.
Mis ideas se entendieron como blasfemas y cobardes, propias de alguien que no tiene otra cosa que hacer que acusar a los demás. Nadie se molesto en mirarme a los ojos y asomarse a la realidad que había contemplado con sumo dolor. Se me dijo que mejor, yo fuera directamente a lo mío, y me dejase de enfrentamientos personales con los demás.
Pero a partir de ese día en que me atreví a mirar al otro lado de la valla, me tropecé con una verdad que ya nunca podría dejar de ver. Fue entonces cuando emprendí el auténtico y difícil camino hacia mi misma y temí llegar a ese lugar interior desconocido y encontrarlo tal vez ya infestado por la nada.
Solo podía entonces poner a salvo mi propia dignidad, irme, y emprender una vida desde cero.
¡Inocente de mí!, desde entonces aún aspiro a encontrar un final feliz. ¿Pero es que puede haber un final feliz en un conflicto fratricida? ¿Puede alguien cambiar la naturaleza de un depredador?
Yo no declaré esta guerra, ¡me cansé de defenderme, de vivir en un constante instinto básico de autodefensa e híper vigilancia para no caer en el sometimiento impune de alguien que una y otra vez se empeñaba en actuar ante los suyos como un reptil.
Por eso me marché aquél día, fui en busca del silencio y de un lugar imaginado previamente donde la verdad puede expresarse sin la intervención cobarde del hombre. Me fui, en un acto aparentemente irreflexivo, en busca de la voz y la palabra. Aquella palabra que necesita ser simplemente vivida. Es entonces eso lo que estoy haciendo ahora mismo al escribir este veinticuatro de enero del dos mil dos, seguir mi nueva ruta hacia el centro más misterioso de mi misma, tomando apuntes de un futuro que me inspira ternura y me presiona. Esto es lo que debes saber seas quien tú quien seas y ahora, es el momento de abandonar la lectura de estas memorias si lo deseas, porque no puedo decirte mi querido desconocido, aunque bien quisiera, hacia donde vamos exactamente. Mi futuro ya no es seguro aunque si lo miras bien mi pasado tampoco tuvo nada de eso. Pero no te vayas con una impresión equivocada porque no todo en ese pasado fue mentira, ya que a veces la mentira solo es una verdad disfrazada para sobrevivir…


El tren continúa con su imperceptible traqueteo pero la mujer tiene ahora los ojos húmedos y parece menos joven y aunque sonríe mirando al cielo, parece triste. Deja el lector electrónico a un lado, rebusca dentro del maletín, coge una pequeña caja de ónix verde translúcido y la observa durante unos segundos. El tiempo no puede haber pasado tan deprisa, piensa, mientras recibe sin miedo los recuerdos que le trae mirar detenidamente esa vieja cajita. Después de esos segundos pone de nuevo y con sumo cuidado la caja dentro del maletín y se preparara para bajar del tren. Se pregunta si su padre la estará esperando levantado, está mayor y su salud es muy frágil, por eso a menudo reza por él, para que al menos resista otros diez años, que es el tiempo que calcula le costará a ella aceptar la muerte de su madre. Y cuando piensa esto siente un dolor punzante que la atraviesa. Una orfandad inexplicable.
Pero lo que ella no sabe o no se permite saber, es que lo superará mucho antes, porque así es como la educó su madre, sensible y fuerte, fuerte y sensible.
Y con esa fortaleza será con la que se dirija a su querido padre ahora, para decirle que todo está ya en orden, en su vieja casa de campo y en su corazón.
Regresa serena de ese hermoso lugar cerca de la nada donde su madre coleccionaba cajitas de piedra natural y abocetaba sentimientos. Nunca pensó que se alegraría tanto de haber ido de nuevo a aquella casa de su infancia en las actuales circunstancias, pero por alguna razón y pese al dolor del reencuentro con los recuerdos casi podría afirmar que en aquel hermoso lugar, sintió de nuevo el caluroso abrazo de su madre.
Por el altavoz se anuncia la próxima parada pero antes de cerrar el documento, va hasta la página 326, allí debajo de fin, su madre había escrito en cursiva y negrita una cita de Benedicto XVI; “El perdón no sustituye a la justicia”.
Se pregunta entonces si su madre fue capaz de perdonar a su hermano porque justicia desde luego no la hubo, ni para ella ni para el resto de sus otros hermanos, que a duras penas continuaron recomponiendo lo que la tempestad vivida había dejado en sus lastimadas vidas. Pero tal vez su enigmática madre nunca aspirase a ese tipo de justicia porque no hay justicia en la tierra capaz de restaurar las heridas invisibles del corazón, para eso se requiere sin duda un tribunal superior.
El tren se detuvo y la pasajera se apeó del tren, allí estaban su marido y sus niños esperándola y esa visión la reconfortó inmediatamente ahuyentando de ella cualquier intento de caer en una melancolía absurda. Había que continuar hacia delante y así lo haría, con el ejemplo de su madre y el que ahora ella le debía a sus propios hijos, ademas, hoy 30 de Mayo del dos mil treinta ella, cumplía treinta y cinco años y esa era una razón suficiente para para celebrar su felicidad. Trenta y cinco...la misma edad de su madre aquél año cuando escribió las lineas que cambiaron su vida para siempre ; Niña buena mujer mala, hoy es el primer día del resto de mi exilio...

No hay comentarios:

Yes, we can!

INGLÉS a la carta

Come and enjoy yourself!

Aprende vocabulario inglés de una forma entretenida.

Tarjetas interactivas que nos ayudan a avanzar.

"Me gustó la web quizlet, y enseguida me animé a preparar material para mi propio aprendizaje. Si quieres mejorar tu vocabulario y no tienes tiempo de preparar tu propio material, puede que este sitio te interese. Ve a "Sets" en Come and enjoy yourself!"

Gracias por visitar este blog ¡ Que tengas un buen día!."

"Gacela" (Lux)