En diciembre del 2004, el mundo se estremecía debido a un devastador fenómeno de la naturaleza conocido como tsunami. He de reconocer que hasta ese momento en el que el mar se comportó tan duramente, yo no había oído hablar de su existencia o si acaso me lo enseñaron alguna vez en el colegio, ya había cometido la torpeza de olvidarlo.
Pero a día de hoy, no creo que haya alguien sobre el planeta tierra que ignore su significado o lo vaya a olvidar alguna vez.
Es más, muy probablemente muchas personas hayan incorporado en la actualidad el término tsunami a su vocabulario habitual.
Por ejemplo, si buscamos en google noticias anteriores a esa fecha con la palabra tsunami, no las encontramos. Pero si lo hacemos con posterioridad a esa fecha, podemos encontrar nada más y nada menos que 18.700.000 búsquedas. Supongo que una de las razones es porque ya recurrimos a esa palabra no solo para hablar de fenómenos de la naturaleza, sino cuando queremos señalar enfatizando metafóricamente que algo de enorme magnitud e inesperado se ha precipitado sobre un entorno concreto.
De hecho, casi puedo afirmar sin miedo a equivocarme que yo pasé mi propio “tsunami personal” solo un año después de que las playas Tailandesas quedasen devastadas y desde entonces me parece conocer su significado en el sentido más doloroso y afecto al ser humano y no tanto a la naturaleza.
Solo señalaré al respecto de ese matiz personal, que pude sobrevivir a toda su devastadora fuerza. Heme aquí como prueba para los enemigos. Fuerzas cercanas y externas, empeñadas en manejar a su antojo voluntades que no les pertenecían, se manifestaron con su auténtica naturaleza. Quienes nos vimos implicados en aquel descarnado fenómeno seguimos teniendo que manejar sus secuelas, pero mi vida (nuestra vida) es hoy más auténtica que antes de que nos sobreviniera aquel cataclismo. Y hablo en plural porque un tsunami personal acaba implicando, sí o sí,a todos los que comparten playa contigo. Recordarlo sigue siendo molesto, desde luego, pero también es cierto que de no haber encontrado el valor de afrontarlo con dignidad y ecuanimidad, habríamos sin ninguna duda perecido en alguna de sus inseguras playas, ante aquella gigantesca ola negra. Tampoco estaríamos tan preparados como lo estamos hoy para afrontar otro tsunami de mayor magnitud si cabe. La vida contiene todos los fenómenos naturales del alma y organiza sus propias catástrofes cuando menos te lo esperas.
Hoy en google, se muestra una cantidad ingente de noticias que contienen esa palabra.
Muchos periodistas recurren a ella cuando se refieren a la actual crisis económica, y la describen como un tsunami económico.
Cabría pensar entonces que nada podemos hacer respecto al movimiento inesperado y de enorme magnitud de las placas tectónicas de nuestra economía y que fuimos agitando entre todos (siempre unos más que otros). Ahora bien, tanto en el tsunami natural del año 2004 como en el económico de ahora, fallaron los detectores. Detectores que bien podrían haber salvado vidas, en el primer caso y economías familiares en el segundo. Pero, ¿Cómo se prepara uno para detectar algo que no espera? El ser humano se ha vuelto muy olvidadizo e irresponsable, por eso no espera consecuencias ni a pequeña ni a gran escala de sus actos.
Fue con posterioridad al tsunami que afectó las costas asiáticas, cuando se hicieron esfuerzos para dotar a la zona de detectores para ese fenómeno, y se trató además de convencer a los turistas para que regresasen a la zona, pues la disminución de los ingresos que el turismo reportaba a los países afectados, suponía un doble agravamiento de la situación. Esa especie de sí pero no, en la que a menudo se maneja la humanidad tratando de sobrevivir a la fuerza de aquello que no puede controlar y que le supera.
Nadie cuestionó aquella llamada de auxilio sobre el turismo incluso cuando se hablaba de que el tsunami podía tener alguna réplica en los próximos días. No hubo sobre alarma. La población asiática siguió con su perjudicada vida, eso sí, condicionada ya para siempre por las irremediables consecuencias de ese fenómeno geológico y la limitación manifiesta en los recursos económicos. Hubo lo que llamamos solidaridad internacional claro, aunque nunca sabremos si la suficiente, para casos así.
Nuestro tsunami, el económico, está siendo también devastador. Miles de empresas y autónomos han de rendirse ante la magnitud de los acontecimientos. En consecuencia, millones de personas comienzan a depender de los subsidios y de las promesas del político de turno.
Solo señalaré al respecto de ese matiz personal, que pude sobrevivir a toda su devastadora fuerza. Heme aquí como prueba para los enemigos. Fuerzas cercanas y externas, empeñadas en manejar a su antojo voluntades que no les pertenecían, se manifestaron con su auténtica naturaleza. Quienes nos vimos implicados en aquel descarnado fenómeno seguimos teniendo que manejar sus secuelas, pero mi vida (nuestra vida) es hoy más auténtica que antes de que nos sobreviniera aquel cataclismo. Y hablo en plural porque un tsunami personal acaba implicando, sí o sí,a todos los que comparten playa contigo. Recordarlo sigue siendo molesto, desde luego, pero también es cierto que de no haber encontrado el valor de afrontarlo con dignidad y ecuanimidad, habríamos sin ninguna duda perecido en alguna de sus inseguras playas, ante aquella gigantesca ola negra. Tampoco estaríamos tan preparados como lo estamos hoy para afrontar otro tsunami de mayor magnitud si cabe. La vida contiene todos los fenómenos naturales del alma y organiza sus propias catástrofes cuando menos te lo esperas.
Hoy en google, se muestra una cantidad ingente de noticias que contienen esa palabra.
Muchos periodistas recurren a ella cuando se refieren a la actual crisis económica, y la describen como un tsunami económico.
Cabría pensar entonces que nada podemos hacer respecto al movimiento inesperado y de enorme magnitud de las placas tectónicas de nuestra economía y que fuimos agitando entre todos (siempre unos más que otros). Ahora bien, tanto en el tsunami natural del año 2004 como en el económico de ahora, fallaron los detectores. Detectores que bien podrían haber salvado vidas, en el primer caso y economías familiares en el segundo. Pero, ¿Cómo se prepara uno para detectar algo que no espera? El ser humano se ha vuelto muy olvidadizo e irresponsable, por eso no espera consecuencias ni a pequeña ni a gran escala de sus actos.
Fue con posterioridad al tsunami que afectó las costas asiáticas, cuando se hicieron esfuerzos para dotar a la zona de detectores para ese fenómeno, y se trató además de convencer a los turistas para que regresasen a la zona, pues la disminución de los ingresos que el turismo reportaba a los países afectados, suponía un doble agravamiento de la situación. Esa especie de sí pero no, en la que a menudo se maneja la humanidad tratando de sobrevivir a la fuerza de aquello que no puede controlar y que le supera.
Nadie cuestionó aquella llamada de auxilio sobre el turismo incluso cuando se hablaba de que el tsunami podía tener alguna réplica en los próximos días. No hubo sobre alarma. La población asiática siguió con su perjudicada vida, eso sí, condicionada ya para siempre por las irremediables consecuencias de ese fenómeno geológico y la limitación manifiesta en los recursos económicos. Hubo lo que llamamos solidaridad internacional claro, aunque nunca sabremos si la suficiente, para casos así.
Nuestro tsunami, el económico, está siendo también devastador. Miles de empresas y autónomos han de rendirse ante la magnitud de los acontecimientos. En consecuencia, millones de personas comienzan a depender de los subsidios y de las promesas del político de turno.
Desde sus asientos de primera clase se les llena la boca a nuestros representantes, de palabras vacuas y en esa jerga de “lucha-enemigo” que tan interiorizada tienen, ocurra el fenómeno que ocurra, en su muy especializado vocabulario siempre hay un sector, en este caso el empresarial, que es el responsable de que “sus” decisiones políticas o “sus” omisiones, no hayan tenido las consecuencias esperadas, ¿o sí?.
No se “lucha” contra el virus causante de esa enfermedad económica, no se busca la medicina para combatirlo, sino que se confunde la realidad atacando de una forma necia (aunque ni quienes así lo exhiben acaban de creérselo) a las empresas. Si una empresa crea trabajo el mérito el de los políticos en campaña electoral y de los sindicatos, si el empleo se hunde en un cataclismo generalizado, y los culpables desde luego son los empresarios. ¡ Que bueno que haya niños!
No se “lucha” contra el virus causante de esa enfermedad económica, no se busca la medicina para combatirlo, sino que se confunde la realidad atacando de una forma necia (aunque ni quienes así lo exhiben acaban de creérselo) a las empresas. Si una empresa crea trabajo el mérito el de los políticos en campaña electoral y de los sindicatos, si el empleo se hunde en un cataclismo generalizado, y los culpables desde luego son los empresarios. ¡ Que bueno que haya niños!
Y así, en pleno siglo XXI hay personas dispuestas a creerse esa incoherencia.
Tal vez eso reporte un regocijo interior para quienes lo practican que desde luego nunca llegaré a comprender, pero de lo que no me cabe duda es de que la resaca de ese éxtasis será de la misma intensidad, pero en sentido contrario y que afectará a todos, incluidos los abstemios.
A veces pienso que nuestros políticos están viviendo la realidad económica de la misma forma expectante en que todos nosotros, los que estuvimos lejos de la zona afectada en el 2004, lo hicimos respecto al tsunami asiático.
Hay sin embargo una diferencia notable; este tsunami, el económico, no es televisado desde otro continente sino que está ocurriendo en nuestro día día, incluso desde antes de que se reconociese oficialmente su existencia y no es la naturaleza la que ha de detenerlo, sino que se han de adoptar medidas, compromisos y acuerdos eficaces para que se detenga.
Tal vez eso reporte un regocijo interior para quienes lo practican que desde luego nunca llegaré a comprender, pero de lo que no me cabe duda es de que la resaca de ese éxtasis será de la misma intensidad, pero en sentido contrario y que afectará a todos, incluidos los abstemios.
A veces pienso que nuestros políticos están viviendo la realidad económica de la misma forma expectante en que todos nosotros, los que estuvimos lejos de la zona afectada en el 2004, lo hicimos respecto al tsunami asiático.
Hay sin embargo una diferencia notable; este tsunami, el económico, no es televisado desde otro continente sino que está ocurriendo en nuestro día día, incluso desde antes de que se reconociese oficialmente su existencia y no es la naturaleza la que ha de detenerlo, sino que se han de adoptar medidas, compromisos y acuerdos eficaces para que se detenga.
Aquellos que habiéndoles sido otorgado el poder y el reconocimiento popular tienen y deben tener capacidad para sacarnos de esa playa, han de dejar su ruta hacia paraísos imaginarios y pisar tierra firme.
Una niña fue la que salvó la vida de muchas personas en aquellas playas paradisíacas, ¿lo recuerdan? un inglesita que por suerte para ella y quienes estaban con ella ese día, había estado atenta en clase, cuando le explicaron lo que era un tsunami y que además, fue capaz de participarle a su madre de lo que ocurría, dejando a un lado lo que pudiesen pensar de ella. Pero lo que me admira, es que quienes estaban allí debieron además, hacer lo más difícil; creer en la niña, con una evaluación previa de la situación (segundos) y poner a funcionar el instinto de supervivencia que les quedaba.
En nuestro tsunami económico, nos faltan niñas rápidas y elocuentes, sin intereses creados a excepción de salvar la propia vida y la de los demás. Voces blancas que nos saquen de este yermo lugar donde parece haber encallado la economía.
Los economistas (doctores en el asunto) deben hacerse notar más en los medios de comunicación y en la vida diaria, incluso si discrepan entre ellos, que lo hacen, se deben confrontar en sus opiniones para encontrar la solución menos mala de todas las posibles y que no vendrá desde luego, por sí sola.
Seamos realistas para reconocer, que los problemas no desaparecen cuando uno quisiera pero que sí se puede actuar sobre la intensidad de sus efectos.
Los economistas (doctores en el asunto) deben hacerse notar más en los medios de comunicación y en la vida diaria, incluso si discrepan entre ellos, que lo hacen, se deben confrontar en sus opiniones para encontrar la solución menos mala de todas las posibles y que no vendrá desde luego, por sí sola.
Seamos realistas para reconocer, que los problemas no desaparecen cuando uno quisiera pero que sí se puede actuar sobre la intensidad de sus efectos.
Las empresas del mundo, la mayoría de ellas pymes o pymes familiares quieren lo que siempre han deseado. Trabajo. Y sí, ganar dinero. Eso también.
Dinero que pueda pagar los compromisos mercantiles contraídos en el propósito de funcionar en un libre mercado, dinero que pueda pagar las nóminas de sus empleados, dinero que pueda afrontar los infinitos impuestos con su elevada tasa impositiva y sí, también dinero que forme parte de unos beneficios razonables que compense todas las dificultades personales y profesionales con las que se enfrenta un empresario de raza.
Y esto de ganar dinero lícitamente mediante un trabajo digno, que en este país duele tanto pronunciar y reconocer, es un derecho de cualquier persona del mundo y también de las empresas.
Con el panorama actual y la filosofía de vida creada, no sorprende que nuestros estudiantes universitarios deseen por encima de cualquier otra opción o meta la de ser funcionarios. Se comprende. Es legítimo, incluso prudente.
¿Pero, puede un país permitirse el lujo con la que está cayendo de prescindir del espíritu emprendedor de sus futuros empresarios?, ¿Y del esfuerzo humano y personal que hacen muchos de los actuales empresarios, jugándose sus bienes personales e incluso la salud?
En una economía de libre mercado (en el sentido más constructivo de la palabra), simplemente NO. Como tampoco podemos prescindir de la clase política en una democracía, aunque esta no sea lo más perfecto y debamos reparar continuamente alguno de los resquicios que sirven alojamiento a algunos de sus poco ejemplares ciudadanos pero en igualdad de derechos como los terroristas por poner un ejemplo.
Las empresas, están acostumbradas a vivir en la incertidumbre y sus dirigentes la incorporan a su trabajo como parte de las reglas de ese juego de supervivencia diario que es la gestión empresarial. Pero sin signos ni decisiones político económicas, mundiales y nacionales, que aporten confianza y estabilidad, les es imposible sobrevivir. Sin reglas que les permitan ser competitivos con un control de costos y gastos fijos...dificilmente.
Es como haber contraído un cáncer y que tu médico cirujano, el que te ha de operar te diga que “se siente” pero que se toma un año sabático, porque él no es el responsable de tu mal y mejor que salvarte a tí, se dedica a la docencia que le pagan más.
La empresas “normales” esas que no son esquizofrénico- políticas sino las vocacionales, las que no fueron solo y como único objetivo, concebidas para lucrarse, aquellos negocios pequeñitos que nacieron sin muchas pretensiones pero que luego crecieron y que se gestaron de la idea de un valiente o un loco (según como se mire), o esas otras que fueron heredadas por los descendientes del fundador para su suerte o desgracia junto con todos sus problemas y su complejidad, esas digo, no desean enviar a nadie al paro, aún menos en estos tiempos, donde una cosa es sentirte liberado cuando te quitas un lastre mezquino y boicoteador (que existen incluso dentro de la propia dirección de las empresas) y pagar por ello conforme a la ley y otra bien distinta, condenar a nadie a la indigencia, que es lo que puede ocurrir en la actualidad cuando el subsidio se acaba.
Aunque analizar quien me pone esa condena, cuando voy al paro, sería motivo de otro análisis. Es decir, ¿la empresa que me despide y me indemniza por falta de pedidos?, ¿o el mercado que destruye empleo y no me permite recolocarme y salir de la situación…?.
El trabajador necesita en la mayoría de los casos un trabajo estable (entendiendo por estable: Que permanece en un lugar durante mucho tiempo.) y ese trabajo estable solo puede sustentarse con un entorno también estable (entendiendo por estable: Que mantiene o recupera el equilibrio) económicamente y políticamente para las empresas.
Quiero pensar entonces, que ni el peor de los empresarios (que por supuesto los hay; malos, perversos y sin escrúpulos) desea dejar morir a nadie de hambre (ni siquiera a los torpes, vagos y de estilo de vida parasitario, que también los hay). Y para no morir de hambre o desilusión, la gente necesitamos trabajar y sentirnos útiles sabiendo que nuestro quehacer diario contribuye en una pequeña medida a mejorar esta sociedad, algo que en tiempos de bonanza tendemos a olvidar.
Todos nos quejamos del trabajo en algún momento de nuestra carrera laboral. Nada hay más humano. Porque en el trabajo, rara vez las cosas son como las imaginas, pero muchos sabemos que peor que un “incómodo” trabajo es no tener trabajo ni posibilidad alguna de encontrarlo. Ese es, el verdadero drama.
Así que la mayoría de las personas corrientes optan por hacer de su quehacer diario un oficio digno, un trabajo con sentido, adecuando lo que hay y lo que desean. Esa capacidad puede sin lugar a dudas resultar a día de hoy bastante útil.
Dinero que pueda pagar los compromisos mercantiles contraídos en el propósito de funcionar en un libre mercado, dinero que pueda pagar las nóminas de sus empleados, dinero que pueda afrontar los infinitos impuestos con su elevada tasa impositiva y sí, también dinero que forme parte de unos beneficios razonables que compense todas las dificultades personales y profesionales con las que se enfrenta un empresario de raza.
Y esto de ganar dinero lícitamente mediante un trabajo digno, que en este país duele tanto pronunciar y reconocer, es un derecho de cualquier persona del mundo y también de las empresas.
Con el panorama actual y la filosofía de vida creada, no sorprende que nuestros estudiantes universitarios deseen por encima de cualquier otra opción o meta la de ser funcionarios. Se comprende. Es legítimo, incluso prudente.
¿Pero, puede un país permitirse el lujo con la que está cayendo de prescindir del espíritu emprendedor de sus futuros empresarios?, ¿Y del esfuerzo humano y personal que hacen muchos de los actuales empresarios, jugándose sus bienes personales e incluso la salud?
En una economía de libre mercado (en el sentido más constructivo de la palabra), simplemente NO. Como tampoco podemos prescindir de la clase política en una democracía, aunque esta no sea lo más perfecto y debamos reparar continuamente alguno de los resquicios que sirven alojamiento a algunos de sus poco ejemplares ciudadanos pero en igualdad de derechos como los terroristas por poner un ejemplo.
Las empresas, están acostumbradas a vivir en la incertidumbre y sus dirigentes la incorporan a su trabajo como parte de las reglas de ese juego de supervivencia diario que es la gestión empresarial. Pero sin signos ni decisiones político económicas, mundiales y nacionales, que aporten confianza y estabilidad, les es imposible sobrevivir. Sin reglas que les permitan ser competitivos con un control de costos y gastos fijos...dificilmente.
Es como haber contraído un cáncer y que tu médico cirujano, el que te ha de operar te diga que “se siente” pero que se toma un año sabático, porque él no es el responsable de tu mal y mejor que salvarte a tí, se dedica a la docencia que le pagan más.
La empresas “normales” esas que no son esquizofrénico- políticas sino las vocacionales, las que no fueron solo y como único objetivo, concebidas para lucrarse, aquellos negocios pequeñitos que nacieron sin muchas pretensiones pero que luego crecieron y que se gestaron de la idea de un valiente o un loco (según como se mire), o esas otras que fueron heredadas por los descendientes del fundador para su suerte o desgracia junto con todos sus problemas y su complejidad, esas digo, no desean enviar a nadie al paro, aún menos en estos tiempos, donde una cosa es sentirte liberado cuando te quitas un lastre mezquino y boicoteador (que existen incluso dentro de la propia dirección de las empresas) y pagar por ello conforme a la ley y otra bien distinta, condenar a nadie a la indigencia, que es lo que puede ocurrir en la actualidad cuando el subsidio se acaba.
Aunque analizar quien me pone esa condena, cuando voy al paro, sería motivo de otro análisis. Es decir, ¿la empresa que me despide y me indemniza por falta de pedidos?, ¿o el mercado que destruye empleo y no me permite recolocarme y salir de la situación…?.
El trabajador necesita en la mayoría de los casos un trabajo estable (entendiendo por estable: Que permanece en un lugar durante mucho tiempo.) y ese trabajo estable solo puede sustentarse con un entorno también estable (entendiendo por estable: Que mantiene o recupera el equilibrio) económicamente y políticamente para las empresas.
Quiero pensar entonces, que ni el peor de los empresarios (que por supuesto los hay; malos, perversos y sin escrúpulos) desea dejar morir a nadie de hambre (ni siquiera a los torpes, vagos y de estilo de vida parasitario, que también los hay). Y para no morir de hambre o desilusión, la gente necesitamos trabajar y sentirnos útiles sabiendo que nuestro quehacer diario contribuye en una pequeña medida a mejorar esta sociedad, algo que en tiempos de bonanza tendemos a olvidar.
Todos nos quejamos del trabajo en algún momento de nuestra carrera laboral. Nada hay más humano. Porque en el trabajo, rara vez las cosas son como las imaginas, pero muchos sabemos que peor que un “incómodo” trabajo es no tener trabajo ni posibilidad alguna de encontrarlo. Ese es, el verdadero drama.
Así que la mayoría de las personas corrientes optan por hacer de su quehacer diario un oficio digno, un trabajo con sentido, adecuando lo que hay y lo que desean. Esa capacidad puede sin lugar a dudas resultar a día de hoy bastante útil.
Es sencillo entender entonces que; los pedidos, esos que generan una orden de trabajo y que provienen de un cliente, son indispensables para crear los puestos de trabajo que habremos de ocupar y dar sentido a una empresa. Si no hay pedidos, no hay trabajo, si no hay trabajo, un país deja de percibir una parte de la riqueza económica en la que se sustenta y en buena lógica se estrangulan los impuestos, esos que se utilizan para pagar muchas de las necesidades sociales, y otras cargas económicas estatales.
Cuando eso ocurre la empresa cierra, el trabajador pierde su empleo y los empresarios, todo cuanto hayan puesto en riesgo. Y el estado, reacciona estrangulando con más impuestos a los ciudadanos que se mantienen tocados pero no hundidos. ¿Tiene sentido?.
De todas las historias que acontecieron en aquellos días de Diciembre en Tailandia y que nos llegaron a través de la prensa, hay una muy especial que nunca olvidaré.
Cuando uno piensa que lo peor que puede pasarte es estar en un tsunami, ahogándote en una corriente salvaje mientras luchas extenuado para salvar la vida, tu vida, cuando no imaginas nada peor que tratar de sobrevivir a esa muerte sin preaviso…
Ahí esta La realidad esa señora de hábitos extraños que aparece para que no olvides, cuan valioso es amar cada minuto de tu vida y desafiarte hasta el extremo.
La historia a la que me refiero seguro que la recuerdan muchos de ustedes, es la de una mujer a la que el tsunami no mató pero que dejó con el alma herida de muerte, para siempre (supongo). ¿Qué puede haber peor que perder un hijo en una catástrofe? Pues elegir cual de tus hijos vive o muere. Dura realidad.
Aquella mujer en su situación extrema solo pudo salvar a uno de sus hijos, hizo una elección brutal y hoy el pequeño de los dos hermanos es el que vive. Pudo haber elegido no luchar, dejarse invadir por la indecisión de su conciencia pero en unos segundos, decidió. Y al hacerlo eligió vivir con todas y cada una de las consecuencias de su alienante decisión. ¿Se habrá perdonado ya?¿Tenía en realidad algo de que perdonarse?.
La vida te trae situaciones más que complicadas, muy complicadas y mirar hacia otro lado no las hace desaparecer.
Uno, no desea nunca tomar acciones que supongan un perjuicio para terceros. Pero la inacción es también una acción por omisión y en consecuencia tiene también sus riesgos, por eso es tan necesario que quien puede disminuir las consecuencias de este tsunami económico actúe de una vez. Pero por favor, que también sea cauto en su dialéctica y veraz, sobre todo veraz.
Cuando eso ocurre la empresa cierra, el trabajador pierde su empleo y los empresarios, todo cuanto hayan puesto en riesgo. Y el estado, reacciona estrangulando con más impuestos a los ciudadanos que se mantienen tocados pero no hundidos. ¿Tiene sentido?.
De todas las historias que acontecieron en aquellos días de Diciembre en Tailandia y que nos llegaron a través de la prensa, hay una muy especial que nunca olvidaré.
Cuando uno piensa que lo peor que puede pasarte es estar en un tsunami, ahogándote en una corriente salvaje mientras luchas extenuado para salvar la vida, tu vida, cuando no imaginas nada peor que tratar de sobrevivir a esa muerte sin preaviso…
Ahí esta La realidad esa señora de hábitos extraños que aparece para que no olvides, cuan valioso es amar cada minuto de tu vida y desafiarte hasta el extremo.
La historia a la que me refiero seguro que la recuerdan muchos de ustedes, es la de una mujer a la que el tsunami no mató pero que dejó con el alma herida de muerte, para siempre (supongo). ¿Qué puede haber peor que perder un hijo en una catástrofe? Pues elegir cual de tus hijos vive o muere. Dura realidad.
Aquella mujer en su situación extrema solo pudo salvar a uno de sus hijos, hizo una elección brutal y hoy el pequeño de los dos hermanos es el que vive. Pudo haber elegido no luchar, dejarse invadir por la indecisión de su conciencia pero en unos segundos, decidió. Y al hacerlo eligió vivir con todas y cada una de las consecuencias de su alienante decisión. ¿Se habrá perdonado ya?¿Tenía en realidad algo de que perdonarse?.
La vida te trae situaciones más que complicadas, muy complicadas y mirar hacia otro lado no las hace desaparecer.
Uno, no desea nunca tomar acciones que supongan un perjuicio para terceros. Pero la inacción es también una acción por omisión y en consecuencia tiene también sus riesgos, por eso es tan necesario que quien puede disminuir las consecuencias de este tsunami económico actúe de una vez. Pero por favor, que también sea cauto en su dialéctica y veraz, sobre todo veraz.
Nada salvo el dolor se construye sobre la mentira.
El mentiroso se infravalora a sí mismo y a los que le escuchan. Pierde antes de haber siquiera luchado por ganar. Y cuanta más responsabilidad hay tras una mentira mas habla de sí mismo el mentiroso.
Me resulta impúdico siquiera observar el rostro de alguno de nuestros políticos con esa pose de “no me hables que me despeino”.
Ahí están en sus nominativos puestos de trabajo, esperando que el tsunami económico pase por todos los continentes personales y sociales, porque su estrategia si es que la tienen, pasa por no se sabe muy bien cuando, aparecer a modo de ONG repartiendo cuenquitos de caldo para el invierno, con unas pildoritas para la gripeA. ¿Cobardes? Algunos. ¿Faltos de recursos o experiencia? Muchos. ¿Capaces? El resto.
Toda una vida entre despachos oficiales y jerga política, es posible que produzca una ceguera circunstancial muy cómoda.
Solo por entretener a mi pensamiento me pregunto sin ánimo de hallar la respuesta correcta, qué hubieran hecho alguno de esos políticos encumbrados por sus propios partidos y de los cuales dependemos, de haber estado en la piel de esa niña inglesa o en la de esa madre heróica.
Es hora de que todos despierten de su anestesia ideológica, que actúen conforme a la realidad de los tiempos, que recuerden que la responsabilidad incluye tener en cuenta cómo nuestros actos afectan a terceras personas en este caso los ciudadanos. Nosotros. Los que creamos empleo o los que trabajamos por cuenta ajena. Todos dependemos en estos momentos de la responsabilidad o la irresponsabilidad de quienes tienen el poder. El poder de construir o destruir, el poder de unir o desunir.
El poder en definitiva, para hacer lo más correcto o lo peor. Necesitamos gobernantes valientes, para una situación de excepción, realistas y capaces de sentir respeto por sí mismos y por los demás, que elijan no dejar este barco a la deriva para no tener que repartirse el botín del naufragio.
Algunos, no se si los más cabales o no, van saliendo de la cabina de mando. ¿Discrepancias con el capitán? Con el capitán no se discrepa. Se llama dicen, lealtad de partido. Los compadezco. ¿Cómo se vive eso de “luchar” por la libertad cuando uno ha perdido la suya por una siglas?. Ni idea.
Pues déjenme entonces que les diga a todos los que así se justifican, que cuando uno entrega su lealtad a algo o a alguien ha de saber también en claro signo de madurez , cuando ha de retirarla. Y si ese signo de madurez democrática llegase a ser posible en este herido país ningún color debería ser causa del problema para no encontrar una rápida salida a las consecuencias de este tsunami económico.
Si hay un tiempo en que nuestros políticos han de demostrar que están a la altura del pueblo que gobiernan, es precisamente en una crisis. No es en la paz si no en la batalla cuando el gladiador demuestra su valor, dicen las novelas. No me diga usted entonces lo que vale, demuéstremelo.
Gobierno, oposición. Oposición o gobierno, ¿valen ustedes lo que se les paga?, porque ya son demasiados los ciudadanos que valiendo mucho, no ganan nada.
El mentiroso se infravalora a sí mismo y a los que le escuchan. Pierde antes de haber siquiera luchado por ganar. Y cuanta más responsabilidad hay tras una mentira mas habla de sí mismo el mentiroso.
Me resulta impúdico siquiera observar el rostro de alguno de nuestros políticos con esa pose de “no me hables que me despeino”.
Ahí están en sus nominativos puestos de trabajo, esperando que el tsunami económico pase por todos los continentes personales y sociales, porque su estrategia si es que la tienen, pasa por no se sabe muy bien cuando, aparecer a modo de ONG repartiendo cuenquitos de caldo para el invierno, con unas pildoritas para la gripeA. ¿Cobardes? Algunos. ¿Faltos de recursos o experiencia? Muchos. ¿Capaces? El resto.
Toda una vida entre despachos oficiales y jerga política, es posible que produzca una ceguera circunstancial muy cómoda.
Solo por entretener a mi pensamiento me pregunto sin ánimo de hallar la respuesta correcta, qué hubieran hecho alguno de esos políticos encumbrados por sus propios partidos y de los cuales dependemos, de haber estado en la piel de esa niña inglesa o en la de esa madre heróica.
Es hora de que todos despierten de su anestesia ideológica, que actúen conforme a la realidad de los tiempos, que recuerden que la responsabilidad incluye tener en cuenta cómo nuestros actos afectan a terceras personas en este caso los ciudadanos. Nosotros. Los que creamos empleo o los que trabajamos por cuenta ajena. Todos dependemos en estos momentos de la responsabilidad o la irresponsabilidad de quienes tienen el poder. El poder de construir o destruir, el poder de unir o desunir.
El poder en definitiva, para hacer lo más correcto o lo peor. Necesitamos gobernantes valientes, para una situación de excepción, realistas y capaces de sentir respeto por sí mismos y por los demás, que elijan no dejar este barco a la deriva para no tener que repartirse el botín del naufragio.
Algunos, no se si los más cabales o no, van saliendo de la cabina de mando. ¿Discrepancias con el capitán? Con el capitán no se discrepa. Se llama dicen, lealtad de partido. Los compadezco. ¿Cómo se vive eso de “luchar” por la libertad cuando uno ha perdido la suya por una siglas?. Ni idea.
Pues déjenme entonces que les diga a todos los que así se justifican, que cuando uno entrega su lealtad a algo o a alguien ha de saber también en claro signo de madurez , cuando ha de retirarla. Y si ese signo de madurez democrática llegase a ser posible en este herido país ningún color debería ser causa del problema para no encontrar una rápida salida a las consecuencias de este tsunami económico.
Si hay un tiempo en que nuestros políticos han de demostrar que están a la altura del pueblo que gobiernan, es precisamente en una crisis. No es en la paz si no en la batalla cuando el gladiador demuestra su valor, dicen las novelas. No me diga usted entonces lo que vale, demuéstremelo.
Gobierno, oposición. Oposición o gobierno, ¿valen ustedes lo que se les paga?, porque ya son demasiados los ciudadanos que valiendo mucho, no ganan nada.
C r i s i s, w h a t c r i s i s ?
(Supertramp)
8- Just A Normal Day
8- Just A Normal Day
RD- Woke up cryin' with the break of dawn, and I looked up and the sky, The air was still, yet all the leaves were falling, Can you tell me why?
RH- Well, I just don't know the reason, I don't know what to say, it just seems a normal day, and, I've got to live my own life, I just can't spare the time, But, you've got strange things on your mind
RD- Well, I just feel ,that every minute's wasted, My life is unreal, And anyway, I guess, I'm just not rated, At least twice, that's how I feel
RH- Well, I just don't know the reason, I don't know what to say; It just seems a normal day And, I've got to live my own life, I just can't spare the time; But, you've got strange things on your mind.
RD- Eat a lot, sleep a lot, Passing the time away, Maybe I'll find my way, Who am I kidding?
Yes, it's just myself.
Yes, it's just myself.
Datos publicados en Internet
La patronal, recibió una subvención de 2,15 millones de euros por su función “consultiva” con el Ministerio de Trabajo
CCOO y UGT recibieron 14,7 millones de euros de dinero de todos los contribuyentes en 2008.
*Listado completo: boe nº 24 miércoles 28 enero 2009 seccIII Pag 9745 Resolución 1448
*Listado completo: boe nº 24 miércoles 28 enero 2009 seccIII Pag 9745 Resolución 1448
s/el confidencial.com:
El presidente del Gobierno recibe un sueldo anual de 89.303 euros, con unas pagas mensuales de 7.080 euros
El salario anual de la vicepresidenta del Gobierno es de 83.936 euros, lo que en mensualidades se traduce en 6.995 euros
El salario anual de la vicepresidenta del Gobierno es de 83.936 euros, lo que en mensualidades se traduce en 6.995 euros
El presidente del Congreso de los Diputados tiene un sueldo de 181.106 euros anuales o 15.092 euros al mes.
La presidenta de la Comunidad de Madrid recibe 6.208 euros todos los meses, lo que asciende a 74.490 euros al año
Que pagamos todos los insolidarios=obligados contribuyentes, españoles que cotizamos.
2 comentarios:
¡Qué razón tienes, Lux!
Alguien dijo una vez que los políticos se dedican a crear problemas, dar un diagnóstico equivocada sobre las causas de estos problemas y proponer soluciones erróneas.
Con la que está cayendo y los políticos solamente se preocupan por mantenerse en la poltrona y tapar las chorizadas de los suyos...
Algún día con un poco de suerte y empeño de todos (supongo) seremos una democracia "adulta". Pero de momento, y creo que durante muchos años, estamos en una etapa "adolescente" donde solo se escucha al que más ruído hace y todo se disculpa exepto ser honrado o cabal. Supongo Zuppi que tenemos mucho trabajo por delante pero ¡del tipo no remunerado...!
Publicar un comentario