Pero cuando le insinúo a Richard lo de las pesadillas con mi débil tono de penitente preocupación y sopor en este amanecer azul recién estrenado, me contesta con un contundente y despejado: “Ni hablar,mon amour, It was a sexy night”. Después, con el afortunado recurso del rey león me lleva junto a él y comienza un breve juego de besos y miradas cómplices.
“Me voy, te llamaré luego” me dice saliendo veloz por la puerta de la habitación, con su fuerte acento extranjero aún por perfeccionar, mientras yo me quedo ahí quietecita, con aspecto de novia cadaver, y con un dilema enorme porque no sé si ir primero a comprar un “bouquet” de flores silvestres para la cena informal de esta noche o pasar antes por la peluquería a recuperar el brillo de mi rubia y lacia cabellera. Tanto pensamiento profundo sin desayunar me abruma.
¡Dios, me acabo de hacer lo más parecido a un esguince de cerebro!. Dejo caer el camisón sobre el pulido suelo de madera de arce hecho con anchas laminas encajadas las unas con las otras mediante juntas estrechas, para acto seguido recoger de nuevo el camisón apresuradamente y echarlo en el cubo de la ropa sucia, con un toque en el gesto no disimulado, de rabia contenida. No puedo evitar contar el número de láminas que me separan de mi objetivo.
Cuando termino el matutino ritual de belleza básica, que no es sino un reclamo de los primeros auxilios para un alma perdida, paso la mano por el armario ropero de derecha a izquierda, en una fingida actitud de no saber en absoluto que ponerme, pues en realidad mi cabeza hace tiempo que me da la orden precisa: “vaqueros” me dice una voz interior “¿Vaqueros en lunes por la mañana?” Me boicoteo sin un ápice de pena. Cambio entonces de armario y cojo los vaqueros más desgatados, rasgados por la moda y rematados en dobladillos por un fina pedrería blanca. La mitad de la gran decisión está tomada, “Bien Mariola”, me aplaudo, “No ha sido tan difícil ¿no?” y añado, “más vale que te vayas acostumbrando son los efectos secundarios de tu exilio involuntario”.
Y de repente sin venir a cuento, la mera evocación de lo secillo me hace fantasear acerca de ese “sueño deseado” guardado desde hace un tiempo en mi corazón y que tanto me aflije a veces, obligándme a un disimulo vacuo que lo hace imperceptible de cara a los demás y siento que poco a poco ya estoy gestando con ello un nuevo interés, digno y más humano que me aleje de todo lo anterior y me devuelva mi vida.
“Si la recuerdo a ella/te olvido a ti/Ella es color celeste/vida sin vida/sabor a tempestad,/rama quebrada/y para siempre un sueño./Este dolor de miedo/esta angustia encerrada/este sabor a nada/son todos juntos, tú./Pero podrías ser/un puente a la alegría/un regalo del alma/un deseo de Dios.”
Pero incluso así, abatida y a ratos confundida, comiéndome un bocadillo en la soledad de una casa que apenas conozco en esta hora del día, no olvido que en la vida hay dos tipos de personas; por un lado están aquellos parias locos que se atreven a soñar cada mañana y por otro, están los cuerdos acomodados que pasan sus días temiendo despertar y recordar así lo que soñaron, cuando todavía creían en sí mismos. Me pregunto entonces a cual pertenezco yo, Mariola la apátrida y si deseo o puedo hacer algo para cambiarlo.
Despertar de mi letargo no es abandonar, sino reconducirme hacia un lugar mejor me digo, hacia algún lugar en el que no tenga que pedir perdón por respirar.
Me siento cansada, agotada en realidad, así que me acomodo lo mejor que puedo sobre esta nube lenticular detenida ahora sobre mis adorados Pirineos. Me gusta este olor a tierra recien mojada que percibo ahora, es como si me anestesiase de todos mis males. Me relajo. Antes de cerrar los ojos por el peso de las pestañas, siento un líquido cálido caer sobre mi cara, fluye tan abundantemente que mancha mi nube blanca, son gotas rojas dibujando notas musicales. Cierro los ojos y ahora un montón de extrañas imágenes aparecen ante mí. Hay un cuerpo tendido boca abajo sobre una nieve recien caída, no se mueve, gime. Una hilera de copos granates van desde su cabeza hasta el arbusto más cercano. Quiero ayudarla, bajar de mi nube lenticular pero no me puedo mover, siento frío, mucho frío, estoy helada y lloriqueo como una niña pequeña.
Estoy boca abajo, no siento mis brazos, de hecho no siento ninguna parte de mi cuerpo ¿por qué estoy así? Frío. Blanco. Frío. Blanco. Un frío blanco me está congelando los huesos… me duele quiero gritar, siento miedo, estoy sola. El ruido fuerte de unas sirenas impide a mi voz hacerse oír. La luz es roja ahora. Gira. Rojo. Negro. Blanco. No me puedo ir así.
Ahora que he comprendido lo que es vivir sin pedir perdón por ello. Tengo muchas cosas que cambiar y otras tantas por aprovechar. Me muero. No. Estoy soñando. Es imponsible, no sería justo. trenta y cinco. Estoy al principio del resto de mi vida. Quiero ser madre, empezar mi verdadera vocación, envejecer con Richard y tener amigos nuevos, tengo que pedir perdón y dar las gracias a demasiada gente...
No. Esa de ahí no soy yo, ¡Qué susto me he dado!
Se han apagado las sirenas, todo está tan oscuro, huelo ligeramente a barniz, me siento extrañamente limpia, ¿Por qué voy vestida así? Estoy guapa pero demasiado pálida, ese color natural de labios que llevo no me favorece en absoluto. Mi pelo está ondulado con rizos desmallados sobre mis hombros.
Estoy cómoda. Todo es blanco de un blanco raso, brillante, suave, acolchonado. ¿Es llanto eso que escucho? ¿Quién llora? Richard me besa. No siento sus labios. Oigo un golpe fuerte como si alguien hubiese dado un portazo y cerrado algo.
Todo está teñido de un negro inmenso y definitivo, de un negro más intenso que la oscuridad que habita en los ojos de los mentirosos, de un negro que por serlo no se deja ver y se queda agazapado esperando que alguien lo encuentre. Hay una luz a lo lejos, puedo verla porque todo esta oscuro. La luz es pequeña, se mueve despacio, ¿Por qué viene hacia mi otra vez? Hace un rato ya tuve que esquivar las de un volvo gris, lo recuerdo porque el loco de mi jefe tiene uno igual y reconocería su silueta de cualquir modo posible. La curva era cerrada yo iba deprisa pero sin rebasar el límite de velocidad, llegaba tarde a la cena de Sandra y estaba ansiosa por que Richard me viese con mi nuevo look, él tenía una reunión importante en la que se decidiría si volvíamos a Canadá, cerca de Quebec, o no, así que quedamos en que nos encontraríamos directamente allí.
Quería lucir especialmente hermosa esa noche, como luce la inocencia antes de ser despertada por el espanto. Con mi vestido negro y blanco largo de pedrería fina, sosteniendo pequeños cristalitos de swarosky que brillan como copos de nieve y cuyo diseño ciñe y serpentea mi figura, emulando la de un figurín.
No lo vi venir, salió de repente de algun sitio en el que no reparé y me siguió de cerca durante un rato. ¿Qué paso luego? No puedo recordarlo.
Me siento ligera, diferente, como nueva, en paz. Qué extraño es todo, ¿Por qué ya no me afectan las preocupaciones?¿Me habré vuelto loca?. La luz se aproxima, no sé si apartarme como hice la última vez, pero entonces apenas había arcén y recuerdo que sentí miedo al ver su familiar rostro en el espejo retrovisor, después creo que grité "estás loco". Sobre la nieve dejé escrito su nombre pero nadie reparó en ello, todo estaba tan oscuro. Fue después cuando recordé sus ácidas palabras, dijo que si abría mi puta boca se suicidaría. Pero fué a mí a la que apunto con su pistola de fogueo mientras sonreía y dejaba a la vista sus dientes enanos, como los de un roedor insaciable que no ha hecho otra cosa que roer vidas ajenas.
Me quedo quieta, tengo miedo a caerme de la nube que me sostiene. ¿Qué hora es? Llego tarde a la cena de Sandra. Los rayos de la luz me rodean, siento un calor agradable, me estoy alejando y no sé porque me voy. En mi mano derecha llevo un bouquet de flores silvestres con rosas blancas enanas, están salpicadas de un líquido rojo intenso pero todavía conservan su auténtico perfume.
No hay comentarios:
Publicar un comentario