Blanca era tu piel y tu alma, negra,
profundamente oscura
y solitaria
como el luto perpetuo
de la castañera.
Vacua tu mirada opaca,
desleal compañera de tus
palabras necias
impúdicamente pronunciadas.
al cielo infinito de los sueños
silentes y nonatos de la infancia.
Tú, otra vez tu, púa
sin estrella
que jugando a engañar
das la espalda a lo cierto y a lo humano,
mientras tejes impune
una red de mentiras
celosas y perversas, tan tristes como tú.
Tal vez debas saber que alguien ayer
me recordó tu nombre,
y al hacerlo,
su vómito me trajo a la memoria tus andanzas,
tu inaceptable apuesta por lo sucio, lo infame y desleal.
Y sí, de nuevo sentí por ti una pena inmensa,
imaginando el vacio abisal
que te supera
y el color insípido de ese dolor dormido que tu Freud no
espanta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario