Semana Santa
Allí, en un lugar así, trescientos alcorisanos se entregan con pasión cada año poniendo el alma, en su "Drama de la Cruz". Sobre un escenario lleno de vida, en cuyo telón de fondo se dibujan olivos centenarios, una manta suave de multicereales, colorea la lejanía más próxima con pinceladas verdes y alegres amarillos. Alguna abeja despistada y unos cuantos grillos esquivan espectadores. Un suave y cálido atardecer ilumina un pueblo que me parece sobrio, mientras extiende sus mejores rayos hacia las solitarias huertas que lo rodean, y sin embargo, pobladas por centenarios melocotoneros y algunos cerezos menos famosos.
En pie, seis mil personas "forasteras" en su mayoría, observan. Familias completas o parejas independientes guardan silencio. Los niños empujan abriéndose camino hacia la primera fila.
Por una megafonía bien distribuida por el paisaje, una voz masculina rompe el silencio que han dejado los cientos tambores y bombos tras la madrugada del Jueves Santo.
Comienza el Drama de la Cruz. La Pasión de Cristo, revive.. La emoción llega rápida a ese pequeño lugar del mundo. Como si la fe cristiana en unos, el respeto por la historia o la fuerza para apoyar a un pueblo de los otros, se hubiese
apoderado de esos vecinos, ahora convertidos en actores. Comienza la
función. No se distinguen creyentes, de
agnósticos o ateos. El pueblo permanece unido bajo un guión aceptado.
Actúan con pasión, con respeto al personaje que interpretan, al creyente. No importa
si su papel es grande o menos importante. Todos cuentan. Todos parecen amar su personal colaboración en la representación. Lo viven con autenticidad y nos lo hacen vivir.
Las escenas trascurren por tres localizaciones naturales. En el Parque de Alcorisa nos agolpamos forasteros y oriundos de la tierra que pisamos, como si formásemos una mezcla heterogénea y parte imprescindible de lo que se narra. El sermón de la Montaña, la traición a Jesús, la última cena y la Oración en el Huerto, nos acercan la Semana Santa con música y diálogos entre cuyos personajes abundan palabras locales, que aportan su toque de la tierra, de esta, de aquella, de la única posible. El prendimiento, el juicio de Poncio Pilatos y la flagelación, se representan con dinamismo atemperado. La historia continúa.
Surge después el movimiento de la colectividad, en la Subida al Calvario, a través de un camino empedrado y polvoriento,
la multitud se traslada caminando rítmicamente en busca de un lugar casi imposible desde donde divisar alguna
de las tres caídas. El Cirineo ayudando a
Jesús, la Verónica y las súplicas de las mujeres de Jerusalén acontecen durante el camino. Veinte minutos
de subida agreste, entre la muchedumbre que lo acompaña Jesús llega al Monte Calvario. Tercer y
último escenario natural. Jesús y los ladrones, Dimas y Gestas, mueren en la
cruz. La interpretación termina con el Descendimiento. Los niños observan , los mas pequeños
encima del hombros de sus padres, atentos, callados probablemente atónitos sin
estar seguros de si fingen o si ese Jesús ha muerto de nuevo. La ensoñación ha terminado.
Por los altavoces se agradece a los presentes su asistencia y se pide que si nos ha gustado, "lo contemos". Aquí dejo entonces mi testimonio, mi relevo para que el siguiente lo coja y tal vez la próxima Semana Santa, de entre los miles de actos que se celebran en España elija Teruel, visite la rompida de Calanda, las cuevas de Molinos, o cualquiera de sus interesantes pueblos y se pierda sobre las cinco de la tarde, por ese Monte Calvario ubicado en Alcorisa.
Me empeño en decir que Teruel guarda en esa soledad una gran generosidad que no se palpa de igual modo en otros pueblos de Aragón. Tal vez por esa condición entre condena y bendición que es vivir en un lugar poco poblado donde el tiempo se mide seguro de otro modo mucho mas intenso, lejos de todos los locos de ciudad. Teruel invita a detenerse, a bajar el ritmo, a respirar. Y aunque juego con ventaja cada vez que voy por la calidad de las personas que siempre nos invitan, me atrevo a decir que los habitantes de Teruel probablemente han sabido evolucionar sin desprenderse de algunas cosas del pasado que los hicieron grandes y fuertes.
Por los altavoces se agradece a los presentes su asistencia y se pide que si nos ha gustado, "lo contemos". Aquí dejo entonces mi testimonio, mi relevo para que el siguiente lo coja y tal vez la próxima Semana Santa, de entre los miles de actos que se celebran en España elija Teruel, visite la rompida de Calanda, las cuevas de Molinos, o cualquiera de sus interesantes pueblos y se pierda sobre las cinco de la tarde, por ese Monte Calvario ubicado en Alcorisa.
Me empeño en decir que Teruel guarda en esa soledad una gran generosidad que no se palpa de igual modo en otros pueblos de Aragón. Tal vez por esa condición entre condena y bendición que es vivir en un lugar poco poblado donde el tiempo se mide seguro de otro modo mucho mas intenso, lejos de todos los locos de ciudad. Teruel invita a detenerse, a bajar el ritmo, a respirar. Y aunque juego con ventaja cada vez que voy por la calidad de las personas que siempre nos invitan, me atrevo a decir que los habitantes de Teruel probablemente han sabido evolucionar sin desprenderse de algunas cosas del pasado que los hicieron grandes y fuertes.
Un pueblo unido, por puro teatro, por pasión, por su pueblo. Esto,
esto sí emociona.