jueves, 25 de febrero de 2010

El diccionario impertinente (III): El perdón

L e t r a P

PERDON.
1. m. Acción de perdonar.
2. m. Remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida o de alguna deuda u obligación pendiente.




Brooke se detiene bruscamente y se apoya en el puente de madera gris que cruza el caudaloso canal dividiendo el pueblo en dos mitades. A un lado, las viejas casas de estilo victoriano y la iglesia blanca con su esbelto campanario rodeado de aves peregrinas, al otro, las nuevas parcelas urbanizadas en simétrica posición con sus unifamiliares de diseño en cristal y cemento. Un conjunto uniforme de casas imponentes habitadas por jóvenes familias que circulan en sus calles con tranquilidad y mucha vigilancia. A esa hora, la tarde es calurosa y húmeda. Pegajosa como la baba de un caracol. Y en Forgiveness village los hay a millones trás una tormenta.
La joven saca su botellín de agua y bebe con tantas ganas que ha de bajar la inclinación de la botella para no derramarla. Lleva unos días que si pudiera, contestaría siempre a gritos e incluiría alguna palabra malsonante, pero no lo hace. Cuando se siente así, como atrapada en su propia piel, se pone sus desgastadas Nike runner mientras silba para que Froskypad acuda. El perro menea la cola alegremente y eso hace que su dueña no pueda evitar acariciarle y darle unos cariñosos achuchones.
Unos metros más adelante su madre continúa corriendo, le hace gracia que no siendo una deportista en absoluto, lo parezca. Claro que vestirse al uso para cada cosa que hace ayuda bastante. Sobre todo en días como hoy. Froskypad está exhausto y su lengua pronto arrastrará por el suelo si no le da antes un síncope. Va de la madre a la hija y de la hija a la madre sin cesar. “Buen chico” le dice Brooke mientras recupera el aliento y le acaricia la cabeza. Después ambos reanudan el ejercicio a buena marcha hasta alcanzar a su madre, que ahora no corre sino que camina a buen paso. Brooke piensa que tal vez sea ya el momento de aminorar la marcha si no quiere quedarse sin madre. Aunque hay que reconocer que su madre es a veces muy pero que muy pesada, también lo es que es la única que tiene y comparándola con otras madres puede que no esté tan mal. Así que cuando llega a su altura, deja de correr y se acomoda al paso de June.
Esta vez no es su madre la que inicia la conversación sino ella. “A ver mamá, si no he hecho nada malo no entiendo porqué debo pedir perdón”. La madre la mira y sonríe, mientras se sujeta el pelo en una coleta. Se alegra de que tamaño esfuerzo físico tan antinatural en ella, empiece a dar sus frutos. “Es cierto Brooke, opino como tú. No has hecho nada malo. Pero a veces, es lo se ha de hacer”. La adolescente la mira con cara de pocas de amigas pero no dice nada. Su madre continúa hablando pero esta vez haciendo un gesto sobre un banco en el que invita a sentarse a su hija.
“Déjame que te cuente algo” dice suavemente “Cuando tú eras pequeña me enseñaste a mí, algunas cosas importantes y una de ellas tenía que ver precisamente con el perdón”. Brooke eleva las cejas y hace un gesto de incredulidad. En ese momento un grupo de patos chapotea delante de ellas y el más pequeño hace cabriolas alrededor de otro que se ha quedado rezagado.
“No puedo hacerlo, mamá, no soy una falsa” dice de nuevo la hija con un tono enfadado. “Sé que no lo eres y tampoco te estoy pidiendo que lo seas” responde su madre arrojado un trocito de barra de cereales hacia el pato pequeño. Luego continúa. “Una tarde de verano, muy parecida a esta, entraste en casa muy enfadada. Lucy y Mary te habían vuelto a hacer una de las suyas. Generalmente cuando eso ocurría pasabas de ellas y no regresabas con ellas hasta que olvidabas lo sucedido, y eso, solía ser a los pocos minutos o como mucho al día siguiente. Pero nunca no te quejabas, nunca. Aunque yo podía imaginar lo que había sucedido, dejaba que lo resolvieses a tu modo. Pero ese día como te digo entraste en casa realmente enfadada, no recuerdo que te pasó exactamente ni si llegaste a decírmelo, cosas de crías supongo, pero que duelen. Yo como casi siempre, traté de quitarle importancia y conciliar, así que te dije que las perdonases que eran como eran y que no lo hacían por hacerte daño” tú entonces me dijiste algo así como “¡Pues sí me hacen daño y no voy a perdonarlas!” luego añadiste algo que me sorprendió y me dio mucho que pensar, me dijiste “cuando tú me castigas a mí, nunca me perdonas”. Y ¿sabes?, era cierto. En ese momento yo utilizaba el castigo con moderación y proporcionadamente así que siguiendo mi experiencia y lo que los libros aconsejaban, cuando te ponía un castigo no lo levantaba, así ardiese Troya. No era negociable. ¡Que equivocada estaba!
En ese momento, tú Brooke, me enseñaste a comprender que al actuar así, y aunque yo pensase que actuaba de la mejor manera posible para tu educación, me estaba dejando de enseñarte la lección más importante. La del perdón. Asumí que me estaba equivocando pese a estar convencida de haber hecho lo correcto. Y gracias a Dios introduje a tiempo, la flexibilidad en tus castigos infantiles, pues era en ese momento la vía adecuada para que a tu edad, comprendieses el perdón. Necesitabas verlo en mí (de mí hacia tí) Y desde entonces creo que soy mejor madre. Trato de ponderar mejor cada situación y para ello reviso a menudo como actúo y si estoy haciendo lo correcto”.
Brooke no había pestañeado desde que su madre comenzó a hablar y a Jane le supuso un descubrimiento que su hija fuera capaz de escucharla con tanto interés aunque estuviese tan enfadada.
“¿Me lo juras?” “Me juras que no me mientes?” dijo Brooke desafiante pero con un hilo de esperanza. “Por mi vida” contestó Jane, un tanto melodramática “Tú fuiste quien me dió una lección importante a mí”. Brooke respiró más relajada y se quedó mirando hacia los patos mientras acariciaba a su Collie. Así que Jane aprovechó ese momento para continuar. “Sé que no has hecho nada malo cariño. Absolutamente nada. Pero a veces molestamos a las personas a quienes importamos, sin que eso dependa de nosotros. Si te es más fácil, trata de perdonarla tú primero y después seguro que no es nada difícil pedirle perdón”.
Brooke se levanto del banco y con una amplía sonrisa que dejaba ver su perfecta dentadura le dijo a su madre “¿Volvemos? Me estoy quedando fría y tengo hambre”. “Claro”, contesto Jane orgullosa de tener una hija como ella. De camino a casa June pensaba que dentro de unos años tal vez tendrían que tener otra charla sobre ese tema e introducirle a Brooke algunos matices sobre la vida y el perdón, pero ahora, no era en absoluto el momento de desvelar nada. Así que se limitó a volver junto a ella en silencio para no perder el poco resuello que le quedaba.


***


12,30 h del día siguiente, Brooke regresa a casa y busca a June. Por el estado de ánimo que percibe cuando la joven entra en la habitación, June imagina que por fin Brooke se ha decido. “¿Qué tal, cariño?”. “Bien, he hablado con ella”.“¿Y?” le dice June invitándole a dar detalles. “Pues me ha dicho que me estaba esperando y que se alegraba de que hubiera ido a pedirle perdón. Luego ha hablado sin parar pero ¡por fin!, cuando ha terminado me ha permitido contar y aclarar lo que pasó. Luego me ha pasado su brazo por los hombros y nos hemos ido andando juntas”. “Genial, Brooke, me alegro mucho” dice June mientras abraza fuertemente a su hija.
Como cada día Brooke deja su mochila y el abrigo en su desordenada habitación y después va directa a poner la mesa, mientras su madre prepara la comida. No creen que John tarde en llegar y aunque entre ellas no se dicen nada, ambas están deseando que el padre llegue a casa contarle cómo ha terminado ese asunto. June imagina que John probablemente respire tranquilo y después le suelte algo así como “eres un crack” entonces ella le sonreirá y se lanzarán esa mirada cómplice he interrogativa de “No cantes victoria” Y es que últimamente en casa de los Smith llegan un montón de cosas sin previo aviso y les perturban la poca tranquilidad de la que disponen. Sin embargo ambos coinciden en reconocer que unidos las cosas se hacen menos complicadas. Cada uno de ellos, a su modo, da gracias a Dios por tener al otro, por ser una pequeña gran familia en el sentido más amplio de la palabra.
June retira la olla del fuego, “Brooooke, ¡a comer! Papá ha llegado”. Se escuchan los pasos de la joven bajar apresurados por las escaleras, pero el primero en presentarse es Froskypad que se pone a dar saltos como un loco alrededor John.

Yes, we can!

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